PUBLICACIÓN DE LIBELO OFENDE AL “SER ISLEÑO”
Pocas veces me ha tocado en suerte
escribir sobre un tema tan doloroso. No andaré con rodeos: El inmaculado “Ser
Isleño” ha sido violado salvajemente sobre un lejano escritorio, en las distantes
calles de la gran urbe. Nuestra identidad no ha tenido abogado defensor en este
caso. Ni abogados, ni testigos, como le sucedió a Alicia. La nobleza del
habitante ribereño quedó enterrada en las páginas de un despectivo libelo
escrito en forma despechada. ¿Cuánto tardarán en cicatrizar las heridas? Pues
nadie lo sabe. ¿Cómo nos mirarán ahora quiénes no conocen nuestra bonhomía, el franco
apretón de manos, el valor de la palabra empeñada, la calidez de la mujer
delteña?
Pido disculpas a mi comunidad por lo que voy a relatar, pero es
necesario poner en marcha el mecanismo de la Memoria en forma urgente. Es mi
intención que este relato se archive como un nefasto antecedente de
discriminación brutal. Aún así pienso: ¿qué dirá un “Bocha” Cenizo cuando lea
semejante infamia? Pido disculpas.
Cómo prólogo y a modo de defensa previa deseo relatarles un reciente
episodio que da fe de la nobleza que existe en el corazón de cada isleño,
ejemplo permanente de solidaridad, desinterés y altivez moral. No soy muy ducho
con la computación, es más, no entiendo ni jota de ese asunto. Varios lectores
me han preguntado: “¿Norberto, usted no tiene facebook? “Pues no. No tengo”, es
siempre mi respuesta. A partir de esto es que he decidido ingresar de una vez
por todas al, para mí, insondable mundo
de la cibernética, ¡y vaya que tuve suerte!
Un vecino nacido en la isla obró de gestor o facilitador y me procuró
una computadora Texas Instruments TI 99,
que me costó dos mil dólares. Es tan moderna que se puede conectar a mi
televisor color ITT Drean binorma a través de un simple cable coaxil. Por lo
que escuché la máquina estaría completamente actualizada para la navegación en
internet y otras importantes cuestiones que no alcancé bien a comprender. No
obstante esto, mi vecino se ofreció a realizar gratuitamente todos los trámites
burocráticos que implican la inscripción en Facebook y las presentaciones en
los organismos capitalinos, necesarias para obtener el permiso de “uso de
Internet”. Solo me cobró ochocientos pesos, que es lo que salen los sellados y el papeleo. Este noble
gauchazo del pajonal es el claro ejemplo del desinterés y de la solidaridad
isleña. Una vez expuesta esta suerte de defensa previa paso a relatar lo que no
dudo en calificar de infamia.
El protagonista es el encumbrado abogado de San Isidro, Ricardo
Rabinolfi, autor del libelo que descalifica obscenamente al honrado poblador
isleño. Según el prólogo el motivo de la publicación tiene que ver con el
desprecio que le han generado los isleños a partir de diversas relaciones
personales, laborales y sociales que logró establecer – como turista - a lo
largo de los años. En las primeras líneas podemos leer: “Cansado de que los isleños me garquen, mientan, roben y me acuesten
con presupuestos y trabajos jamás concluyen, es que escribo este informe
tendiente a divulgar los aspectos más despreciables de esta comunidad del orto.”
Luego continúa con una perorata de barbaridades insultantes referidas,
por ejemplo, al musical lenguaje que se practica en la región: “El isleño ha empobrecido la lengua de
Cervantes, acotando y suprimiendo su florida riqueza, limitándolo en términos y
deformando sus vocablos de manera perversa. En su diccionario figuran palabras
inexistentes que renombran a las cosas de manera distinta. (Ver diccionario
“Isleño – Español” Página 69.)” Cuando nos dirigimos a la citada página
podemos ver un largo listado de palabras con su “traducción” al “isleño”: “Canoa – Canoba”, “Canoíta – Canobita”,
“Gustavo – Bustabo”, “Rampa – Rampla”, “Ligustro – Libustre”, “Trakker –
Crakker”, “Marea – Mareba”, “Presupuesto – Porsupuesto”, “Resbalar – Refalar”, “Ramiro
– Dalmiro”, “Prefectura – Subprefectura”, “Escopeta Ithaca – Escopeta Tiki Taka”,
“Gabriel – Graviel”, entre otras.
Acerca de su desenvolvimiento social expresa: “Como comunidad son una desgracia.
Se odian y envidian entre ellos. Profesan supercherías varias y para
protegerse energéticamente de sus pares realizan absurdas brujerías como lavar
motores y cascos de lanchas con vinagre o colocarles cintas rojas.” Más
adelante se refiere a algunas iniciativas comunitarias, una de las cuales es
desarrollada de la siguiente manera: “He
oído de un proyecto que busca crear una “bandera isleña”, pues yo les traigo
esta propuesta: el pabellón delteño, a diferencia de otros, debe ser más alto
que ancho para poder albergar el dibujo que consiste en la figura de un árbol enorme
(tan alto como la tela del banderín lo permita) desde cuya copa o punto más
elevado un isleño defeca sobre la cabeza de otro que se encuentra en el suelo.
Encontraríamos de esta forma una buena síntesis de lo que representan como
comunidad.”
Es grande el tiempo que se ha tomado en desarrollar el aspecto laboral
de los isleños, ítem al que le da mayor trascendencia que a otros. Así es que
en otra de las páginas vomita algunos pensamientos y los justifica diciendo que
el motivo es el de: “haberme sentido
víctima durante años de esta banda de borrachines, tramposos, vagos y
pendencieros.” Acerca de nuestra relación con los clientes escribe: “Llaman al cliente “patrón”… El dueño del
terreno en donde corta el pasto, realiza podas, zanjeos, es nombrado “patrón”.
Tienen un extraño y confuso desarrollo de sus razonamientos por ejemplo cuando
manifiestan tener “la orden de un patrón” para utilizar alguna herramienta o
máquina propiedad de éste. Varias veces
he conversado con isleños, que tienen en guarda las llaves de alguna casa de
fin de semana para solucionar cualquier eventualidad que surja durante la
ausencia de sus propietarios y necesitan, por ejemplo, “utilizar” alguna de sus
herramientas. En ese caso no tienen “el permiso” de sacar un pala, tienen “la
orden”. Es curioso cómo se ubican solos
en la jerarquía de un esclavo cuestión que no garantiza que terminen jamás un
trabajo. En esta instancia somos nosotros los que seremos esclavos de su
holgazanería y víctimas de sus mentiras…. Poseen verdadera veneración por el
patrón que es militar y da “ordenes” en vez de “permisos”, cosa que, como
manifesté anteriormente, no garantiza que el isleño cumpla satisfactoriamente
con sus trabajos, que jamás concluye. Prefieren al Doctor que al escritor, un
abogado a un arquitecto, al integrante de alguna fuerza armada que al
comerciante.” Más adelante insiste con su falaz argumentación: “Pueden suceder dos cosas: que al cliente lo
traten con desprecio o que lo veneren estúpidamente según la profesión que
desarrolle en la vida. Así serán valorados ciegamente quienes se desempeñen en
algún organismo militarizado u ostentaran algún cargo público relacionado con
la seguridad. ¿Será por eso que tantos “turistas” – como nos llaman
despectivamente – dicen trabajar en la SIDE?”
Incurre en la calumnia cuando manifiesta que: “Cuando comienzan un trabajo jamás lo concluyen. Pueden pasar semanas,
tal vez años, especulando con la prescripción de su delito. El cliente, desgastado
por las múltiples e imposibles justificaciones que recibe se da, al fin, por
vencido y se resigna a no ver avance alguno en el trabajo por el que pagó en
forma adelantada. Los ardides y excusas son de un amplio espectro, comenzando
por los que responsabilizan a factores climáticos como la marea, la lluvia, la
niebla o la bajante. Últimamente los cortes de luz figuran entre el “Top Five”
de las excusas isleñas que intentan explicar porqué una obra no se finaliza a
pesar de que los plazos se han extendido en forma alarmante. Cada oficio tiene
su “trampa”. El parquísta va reduciendo la superficie a cortar cada vez más,
achicando los terrenos a dimensiones irrisorias. Un –mal llamado- “turista”
llegó a tener un parque de un metro de ancho por diez de largo, que resultó un
simple caminito. La técnica es la siguiente: consiste en ir achicando los
límites de los terrenos: Las habituales ligustrinas que ofician de medianeras
son un juntadero de ramas que, en vez de barrer o rastrillar, evitan alcanzar con
la desmalezadora, por lo que entre ellas crecen altos pastos. Al mes siguiente
se han juntado por delante del pequeño pastizal más ramas y mugre que tampoco
rastrilla y que evita también cortar. Esto ocurre en las cuatro direcciones por
lo que la superficie a cortar se reduce a un cincuenta por ciento a lo largo de
un año. En dos o tres años no hay parque que mantener. Un pastizal se ha
tragado a la casa y hay una mosquitada fuera de serie. Tan solo ha quedado un
camino que justifica el cobro del dineral que le están sacando, y si lo cambian
por otro “trabajador” lo roban o le incendian el rancho.”
En el libelo se difama a los excelsos trabajadores isleños |
No se olvida tampoco de mencionar al Boletín Isleño: “Ahora hay un periódico que editan dos
peleles. ¿Nadie se ha puesto a pensar de dónde obtienen el dinero para poner en
la calle cuatro mil ejemplares de un bodrio cuyo contenido es pura cháchara?
¿Quién los financia? ¿El Frente para la Victoria, el FREPASO o tal vez vendan
drogas para reunir la suma necesaria y así realizar su impresión?.... En el
pasquín la van de de antropólogos cuando hablan de “identidad”, “modo de vida”
y “autoconstrucción” de una manera tan poco académica, liviana y tendenciosa
que da risa.”
No obstante la alarma que produce la lectura de estas líneas más
adelante se atreve a cuestionar la existencia de nuestro espíritu mismo, el “Ser
Isleño”: “Se quieren hacer los místicos y
están buscando al “Ser Isleño” pero, ¿a que se refieren con el “Ser Isleño”?
¿Es un espíritu, un ángel o más bien el demonio vago y timador que llevan
adentro? ¿Se trata de una entidad incorpórea o de un “Ser” huidizo y aberrante
como el Yeti, el monstruo de Loch Ness, el Chupacabras o el Sasquatch? Pues si
es así, le pago veinte pesos al que me lo traiga cuereado y lo tire en la
puerta de mi casa. En todo caso: ¿De qué carajo hablan cuando lo nombran?
Porque no se les entiende una goma.”
Para Rabinolfi, el "Ser Isleño" bien podría ser un monstruo innominable como el que insinúa esta fotografía |
También se refiere a un sector de la comunidad de reciente, colorida y
simpática aparición, que se ha adaptado sin problemas a nuestra dinámica social,
que acumula unos ciento cincuenta años: “Andaba
remando por un arroyo y…. ¡Mamma mía!, había más hippies que en la trasnoche
del Cine Lara cuando daban “La canción es la misma”.
El epílogo es contundente cuando, como corolario de la defenestración,
Rabinolfi sentencia: “El isleño es malo.”
Conocido el contenido del libelo, la Asamblea Isleña, que vela omnipresentemente
en todos los arroyos por el bien común, salió diligente hacia el INADI para
formular la correspondiente denuncia.
Frente a tanta porquería, las palabras huelgan, como huelgan – o
huelguean- los docentes. En medio de las crisis intestinas que nos atraviesan y
de los problemas intestinales, que sufren día a día miles de isleños como
consecuencia la formación de gases ventrales, el libelo cayó como “normativa al
dedo” y logró la esperada unión vecinal que se tradujo en un masivo repudio
frente a las oficinas del autor, en San Isidro, previo corte de la Cazón. Luego
de las presentaciones judiciales por calumnias e injurias, el abogado
Rabinolfi, se negó a declarar amparándose en la quinta enmienda constitucional.
El despreciable libro del letrado, que en su momento funcionó como
unificador de todas las buenas voluntades isleñas, es ahora motivo de disputas
y discusiones. Cómo una Venus Atrapamoscas,
muchos cayeron en la trampa de su pegajosa letra y olvidaron los reales
problemas a los que nos enfrentamos, como ser el peligro que corren las fuentes
de trabajo o la fragilidad de los colibríes. Ahora los mártires de la
revolución –que se han dividido entre los que discuten la sintaxis del párrafo
7, de la página 29 y los que defienden el capítulo 4 del ofensivo texto- se
encuentran abocados inútilmente a la lectura e interpretación de sus páginas.
Mientras tanto, el viejo isleño, está más allá de todo. Cansado, ata su
canoba, clava el machete en el suelo, entra al rancho y saluda a la patrona que
hace fuego en la cocina. Después acaricia al pichicho en medio del silencioso
otoño que ya llega y se sienta, a descansar el cuerpo dolorido.
Este es el rostro del letrado Rabinolfi que se ríe de los isleños desde las páginas del ofensivo libelo |
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¡Buenísimo!
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