Historias Naturales
Confesiones a la hora del
fernet
Por Alberto Muñoz
Cada uno de los que estábamos ahí confesó sus terrores. La lluvia
ayudaba y el fernet daba ánimo. De todos los relatos el más impactante fue el
del moreno Etchenique. No era hombre de mentir ni de exagerar, no necesitó
jurar porque nadie desconfiaba de su voz aguarrentosa y del carboncito rojo que
refulgía al costado de su boca. Fumaba y tomaba escuchando a los demás.
Etchenique amaba desde chico las historia de romanos. Su madre le leía a
la luz de los farolitos de kerosene la vida y las epopeyas de los emperadores
romanos.
Así, con cierto humor, comenzó a contar su historia de terror:
Le tengo miedo a los sapos, y a
las ranas, y a los hombre-rana y a los sapos de otro pozo.
¿De dónde viene ese miedo? de una
maldad: aplasté con un baldosón una de esas criaturas verdes y ya nunca más me
los pude sacar de encima. Cuando sueño que formo parte del Imperio Romano en la
época de Tiberio y voy a la cabeza de mi ejercito y ya hemos vencido a los
bárbaros y solo queda descansar, un centurión llega hasta mi tienda para
comunicarme que están atacando los sapos, que no hay modo de detenerlos, que
atacan con palos y piedras y aplastan las cabezas de los soldados como si nada.
Despierto de la pesadilla,
transpirado, y me meto en la cama de mi madre tapándome con sus cobijas. En esa
oscuridad estoy más aliviado, nada hay como una madre para protegerse de los
sueños horrorosos, sentir su cuerpo caliente y su croar suave y gracioso,
comunicándose con las otras madres del pantano que también arropan a sus hijos
temerosos.
Alberto Muñoz en el cumplaños del Boletín Isleño |
Nadie dijo nada, se había terminado el fernet. Fuimos saliendo del
rancho y lo dejamos solo, llorisqueando, conmovido vaya a saber por qué, si por
efecto del alcohol, si por pensar en su madre o por el recuerdo de tantos
soldados amigos que murieron cerca de él, a los gritos, cuando atacaron los
sapos.
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