miércoles, 2 de abril de 2014

Buscando el "Ser Isleño" en la historia del Delta. 4ª entrega: Sarmiento y las islas: “La tierra para el que la trabaja”



La campaña de Sarmiento por el poblamiento de las islas fue de una intensidad apabullante. En la prensa, el Senado, en las tertulias de cualquier tipo a la que acudiera el “Loco”, éste amolaba con el tema de las islas del Paraná. Hablaba de los carapachayos (el habitante criollo del Delta) , los tigres, la fruta, la madera y el barro sagrado que traía el agua.
            En su manía de dividir el mundo entre civilización y barbarie, don Domingo describía a nuestros antiguos paisanos isleños con fascinación, al igual que lo hizo con los gauchos, pero inmediatamente, como era su costumbre, los arrojaba al tacho de la “barbarie” (es decir, lo nuestro, lo propio), para dar paso a su prédica civilizadora (es decir, lo extranjero).

 Sarmiento tomó posesión de su isla en el canal Abra Nueva (actual río Sarmiento) disparando su carabina, como lo hicieron los peregrinos norteamericanos.

            Los pobladores criollos y mestizados con los aborígenes que aún surcaban los ríos, si bien ya estaban establecidos, no hacían para Sarmiento un uso “civilizado” de la tierra. Criticaba al “carapachayo” por no tener un terreno delimitado en el cual trabajar, sino que veía la tendencia de estos empecinados en ser extractores de recursos naturales (leña, pieles, junco, frutas silvestres) más bien que agricultores, aunque tuvieran frutales y algunas dispersas plantaciones de madera por aquí y allá. Creía necesario que el Estado hiciera algún tipo de delimitación de las posesiones y promoviera una forma de trabajo diferente al realizado por los paisanos: “De otro modo, la ley establecería la perpetuación del estado salvaje de la tierra (…) Si han de ser pobladas las islas, la posesión, el trabajo y el capital traspasarán todas las vallas en busca de las mayores ventajas, y sería curioso ver a un gobierno empeñado en contener (detener) la cultura de las tierras, la creación de la riqueza, y el establecimiento de la población en el terreno que ha de alimentarla para continuar ciertos restos de barbarie, y dar ocupación a brazos que de todas partes serán reclamados, desde que a la acción imperfecta de la naturaleza se agregue la industria que centuplica los productos”.

 El Carapachayo tuvo que afincarse y dejar su semi nomadismo para poder acceder a la propiedad de la tierra, aunque muchas veces, las islas que él trabajaba a su modo fueron otorgadas a los inmigrantes que llegaban de europa.

            Pero Sarmiento ya preveía lo que sucedería: el carapachayo no se sometería tan dócilmente a su afincamiento definitivo y a su conversión en el farmer (granjero), que tenía en mente aquél desde su viaje a Estados Unidos. El isleño se resistiría ante la venida del gringo industrioso que le despojaría de sus montes, su caza, y su pseudo nomadismo. Por eso, el conflictivo proceso que habría de iniciarse, cuyo resultado sería una ley de colonización de tierras, debía ser gradual para no causar verdaderos enfrentamientos: “Siendo la base (de la ley) la posesión por el trabajo, ésta no ha de hacerse sino gradualmente, dando lugar a la continuación de las prácticas existentes, en el uso de los productos espontáneos de la naturaleza en favor de los que se cosechan sin tomar posesión del suelo hasta que, con la general ocupación de la tierra, esos trabajadores ambulantes se establezcan ellos mismos y hallen en la creación de materias utilizables ocupaciones lucrativas”. Es decir, el carapachayo, bárbaro, movedizo, que recogía de la tierra sólo lo que precisaba para vivir, y “para los vicios”, se convertiría en un racional productor, establecido e incorporado al mercado mundial capitalista, trabajando para crear excedentes cada vez mayores, que lo obligarían en tiempos de crisis a tirar literalmente las cosechas al río y a modificar profundamente el ecosistema y el “ser isleño” de ese entonces.
            El fundamento de las leyes que preveía Sarmiento era indiscutiblemente la posesión mediante el trabajo, tal cual lo había visto en Estados Unidos, y que tan buenos resultados había dado para la conformación de un gran mercado interno nacional. Comentando la ley estadounidense dice en El Nacional: “Con este código tan simple, dos brazos, un hacha y un rifle, el Nemrod de cada ciudad en germen, de cada territorio aún no deslindado, de cada estado futuro de los que agregarán en pocos años una estrella refulgente a la Unión, se acoge a la sombra de un árbol, desmonta los alrededores, construye el rancho, siembra mieses que luego allega en trojes, trae a una compañera a su lado, y la familia, esta simiente de las naciones, cuando posee la tierra en que se siembra, se manifiesta y el hombre satisfecho de su obra señala entonces a los viandantes su propiedad, el fruto de su trabajo, suya la casa, suyos los plantíos, suya la tierra que lo sustenta”. Esta fue la regla de oro que don Domingo quiso aplicar en el delta: la tierra para el que la trabaja.

 En su viaje por Estados Unidos, Sarmiento conoció el sistema educativo de ese país, y vislumbró en su particular colonización de la tierra entregada a pequeños granjeros, la manera de asentar poblaciones fijas en el Delta.

            Ya había visto como la posesión de los campos en la Argentina había sido fruto de una escandalosa especulación y repartija entre quienes nunca se ensuciaron las manos, dando origen a una oligarquía estanciera atada exclusivamente al mercado inglés que sumió al resto en una vida precaria e incierta. “En las tierras nuevas, la posesión es el germen fecundo de la población. Donde este derecho no fue respetado, el capital, el favor y la corrupción del poder distribuyeron la tierra entre especuladores o poderosos, y permaneció por siglos inculta, despoblada e indivisa”.
            En 1856, el Estado Provincial sacó un decreto sobre la propiedad de las islas basado en el trabajo. Posiblemente, esta sea la primera ley de muchas otras, basadas en los usos y costumbres, que manifiestan el derecho del poseedor y trabajador sobre la tierra que ocupa, y Sarmiento festejó exultante el resultado de su propaganda: “Las reglas que se dan están fundadas en las costumbres establecidas en las islas, y en principios de justicia y derecho. La primera de todas es que la habitación antigua en una isla asegura al habitante no sólo la posesión de lo que ocupa y tiene plantado sino las adyacencias necesarias para aquella clase de plantaciones. Con esta disposición, no sólo está garantido el carapachayo en su rancho, sino también en las tierras que necesite, a fin de evitar que posteriores ocupantes lo circunden y le quiten la facultad de ocupar el terreno de labor. El segundo título son las plantaciones hechas, no llamándose tales los grupos de sauces que suelen plantarse en las bocas de los arroyos, y lo cual no constituye posesión, sino sólo un indicio.” Esta última aclaración es válida ya que muchos oportunistas han ido luego a reclamar al juez de paz de San Fernando la posesión de islas mostrando como prueba un puñado de sauces, ya que nunca pudieron demostrar que las habían trabajado efectivamente.
            El isleño que hubiera ocupado y trabajado una porción de isla podía ir al juez y llenar una fórmula que tenía por finalidad entregar el derecho al que demostraba su laboriosidad. “La costumbre invocada es ley, a falta de ley escrita, -decía Sarmiento- la posición del primer ocupante, y el fruto del trabajo el primero de todos los derechos humanos.”
            De esta manera fueron accediendo a la propiedad de la tierra muchos antepasados carapachayos, transformando la vieja costumbre de “venirse pa la isla” en ley. No siempre era favorecido el hijo de la tierra en la cesión de las quintas. La mirada despectiva que la clase alta tenía sobre el criollo hizo que en gran proporción, los beneficiarios de la ley de colonización fueran extranjeros. También es cierto que los paisanos no tenían la costumbre de vivir en parcelas delimitadas, lo que los hizo reacios en gran número a querer establecerse como colonos fijos.

            A mediados del siglo XIX, y con los fundamentos que Sarmiento promovía, puede verse el origen de la gran oleada inmigratoria que hizo luego de nuestras islas el floreciente territorio de variadas producciones agrícolas que dieron sustento a millares de familias que encontraron aquí su lugar en el mundo.

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