lunes, 23 de marzo de 2015

EL HORROR QUE CAYÓ DEL CIELO


Nuevo aniversario del golpe de estado 

"TODO EL DELTA FUE EL PATIO TRASERO DE LA DICTADURA"



El 24 de Marzo se cumplen 39 años del golpe cívico-militar que estableció como política de estado el asesinato y la tortura. A propósito de tal conmemoración publicamos la entrevista que realizaramos en el año 2012 a Fabián Magnotta autor del libro “El lugar perfecto”. En su investigación el periodista recogió decenas de relatos de isleños, testigos de aquel horror perpetrado desde el aire.

            Luego de dos años de recopilar testimonios en las islas del Delta entrerriano, el libro “El lugar perfecto” acaba de ser editado. Se trata de una valiosa investigación periodística centrada, por vez primera, en el destino de cientos de detenidos desaparecidos por la Dictadura cuyos cuerpos eran arrojados desde aviones y helicópteros sobre nuestro territorio isleño.
            Esta investigación supone un punto de partida para la aparición de nuevos testimonios y la ruptura de un silencio inquietante, llevado a cabo por nuestros paisanos que, por temor o pudor, no se habían animado a hablar públicamente de lo sucedido.
Muchos de nosotros -como observó en el número anterior el sociólogo isleño Diego Dominguez- hemos escuchado historias sueltas por parte de vecinos que no olvidarán jamás las imágenes de cuerpos flotando en el agua o cayendo del cielo.

¿Cómo surgió la idea de realizar una investigación sobre el destino de los desaparecidos en el Delta?

Sobrevolando el Delta se aprecia la enormidad del territorio.
El primer testimonio me llegó a fines de 2003. Era el relato de un policía que trabajó en Villa Paranacito, que dijo que una novia suya le había contado sobre el hallazgo de un tambor de gasoil de 200 litros, con un cuerpo en su interior tapado con cemento y la cabeza afuera. En la ocasión, los pocos isleños que encontraron el cuerpo en el barril, le dieron cristiana sepultura. A partir de allí salí a buscar más testimonios y pasaron varios años, hasta hace dos años ocurrió algo que fue decisivo. Resulta que un juez de Gualeguaychú estaba investigando la muerte confusa de un poblador en el río Paraná Bravo en diciembre de 2010, y para ello citó a un testigo, un obrero del monte. Una vez que le tomó declaración sobre el episodio, le preguntó si recordaba que en alguna otra época hubieran aparecido cuerpos en el río…y el hombre dijo que sí, que “en la época de los militares” ello era común, y contó que él mismo encontró cuatro cuerpos frente a su casa, y cuando fue a denunciar en Prefectura le preguntaron si alguno era pariente suyo, porque en caso contrario no tenía nada que denunciar… Ese nuevo relato me hizo comprender dos cosas. Por un lado, me confirmó la dimensión que había tenido el tema de los vuelos de la muerte en el Delta entrerriano. Y en segundo lugar, pensé que debía profundizar la investigación y publicarla, ya que yo tampoco era dueño de esa historia… Es como que la historia me fue encontrando porque quería flotar…y yo pensaba que el principal obstáculo sería el paso del tiempo, pero el principal obstáculo fue el silencio, el miedo que aún perdura en muchos testigos.

¿Qué vínculos te unen con las islas?
300.000 hectáreas de intrincados cursos de agua, montes, pajonales
 y bañados hicieron del Delta entrerriano 
“el lugar perfecto” para deshacerse de los cuerpos.

Yo vivo en Gualeguaychú. Conocí primero las islas del Tigre porque unos tíos míos que vivían en Dique Luján y luego en Escobar, me llevaron a la zona. Cuando conocí Villa Paranacito me deslumbró la magia del lugar, el hecho de que un río fuera la avenida principal… Después, ya periodista, denuncié ejercicios ilegales norteamericanos en la zona de Mazaruca, y luego investigué la posibilidad de que el empresario Rodolfo Clutterbuck, secuestrado en 1988, haya sido enterrado en Villa Paranacito. Así, en 2002 conocí el cementerio de Paranacito y presencié exhumaciones en busca del cadáver de Clutterbuck, que no apareció. Pero sí observé que en zona de cuerpos NN había cosas muy llamativas, anormalidades enormes…restos de un hombre cuando en los registros figuraba una mujer, uno registrado por muerte natural y que tenía un claro balazo en la cabeza, vi dos cuerpos juntos enterrados…recuerdo que uno había muerto con la camiseta de San Lorenzo puesta. Días pasados soñé con esa imagen, como si algo me dijera que no me olvide… Se me ocurre que esos cuerpos merecen una investigación que todavía no se ha hecho en ese cementerio, donde el silencio parece hablar…

¿Por qué crees que se eligió al Delta como región para deshacerse de los detenidos?

Cuando en el año 2004 en Radio Máxima de Gualeguaychú pasamos algunas entrevistas que habíamos hecho sobre los vuelos, llamó una oyente que dijo llamarse Elena Gómez. Miren la importancia de los oyentes…Elena dijo que era todo cierto lo que se decía, y que el Delta era “el lugar perfecto” para la desaparición de personas porque ellos no hablaban con nadie, por un montón de razones. Años después, cuando yo desgrababa ese relato, me surgió inesperadamente el título del libro que buscaba con ansiedad. Y bueno, creo que se eligió el Delta entrerriano por sus condiciones geográficas, no sólo por los ríos profundos y correntosos como el Paraná Bravo, sino también por las zonas anegadizas, cerradas, algunas impenetrables. Además, el Delta quedaba muy cerca de centros clandestinos de detención como la ESMA, Morón, San Fernando, Escobar, Campana… Desde la ESMA hasta Paranacito por aire son sólo 15 minutos. A ello se agregó el silencio del isleño, que es un poco natural pero que en la dictadura fue impuesto, fue forzado…


¿Qué pensaban los isleños cuando veían los bultos cayendo o cuando encontraban un cadáver? ¿Sabían de qué se trataba? ¿Creían que era gente inocente o los consideraban "guerrilleros" muertos en una guerra? ¿Qué conocimientos tenían de lo que sucedía en el país si carecían de acceso a los medios de comunicación?

Les decían que eran “muertos de la época”, “los que matan los militares”, “los que andan en política”. A todos los impresionaba el hecho de que fuera gente muy joven, y que muchos aparecieran con las manos y los pies atados con alambre. Interpreto que había como una lógica solidaridad humana y hasta un rechazo a la metodología de exterminio, sin mayor análisis político. En esos años en la isla, quien tenía televisor sólo veía el canal estatal, las radios eran todas del Estado, no había Internet, ni celulares, sumado todo esto a la cerrada censura que existía. Es como que el isleño no tenía dimensión de que el lugar era uno de los elegidos para un imponente plan de desaparición de personas. Y la dictadura bajaba el mensaje de que eran guerrilleros muertos en enfrentamientos. Creo que el isleño se acostumbró a la muerte y al silencio, y eso le hizo mal.

¿Qué es lo que recuerdan principalmente los habitantes del lugar?

En el caso del Delta entrerriano, la particularidad es que los pobladores no sólo fueron testigos de hallazgos, sino también de vuelos, y de lanzamiento de cuerpos en vuelo. Recuerdan que primero veían aviones y helicópteros que lanzaban “bultos” que no sabían qué eran. Cuando empezaron a encontrar cuerpos, lo relacionaron con los vuelos y allí entendieron. Hasta ahora había quedado como un secreto compartido de algo terrible que pasó en las islas…

¿Cuándo un vecino encontraba un cadáver que es lo que hacía? ¿Hubo casos de gente que se presentó a las autoridades para denunciar lo que había visto?

En todos los casos, la primera reacción fue denunciar el hallazgo de cuerpos que flotaban. O el caso de una señora que encontró dos cuerpos sobre el techo de su casa… En la zona, las dos fuerzas eran, y son, las delegaciones de Prefectura que dependían de Zona Delta, en Tigre, y la Policía de Entre Ríos. Yo digo que ambas fuerzas, en lugar de resguardar la vida, garantizaban que se hiciera efectiva la desaparición de personas… Y para el poblador de las islas, el jornalero, el obrero del monte, el lanchero, la docente, un poco como aquello de Charly García: “no cuentes qué hay detrás de aquel espejo/no tendrás poder/ni abogados, ni testigos”…

                                  Fabián Magnotta, mapa en mano, recorre el Delta entrerriano 
                                               en lancha buscando el testimonio de los isleños.


¿De qué manera silenciaban a los testigos las fuerzas de seguridad?

La complicidad atendía el mostrador. A un lanchero de la empresa Celulosa Argentina que denunció cuando por primera vez encontró dos cuerpos flotando, le dijeron: “vaya derechito a su casa si no quiere que le pase lo mismo”. A la señora que encontró los cuerpos en el techo, le dijeron que tomara un palo largo y los fuera empujando hasta hacerlos correr en el agua. Charlie Ferreyra, que tenía 16 años y se iba al Paraná Bravo para escuchar mejor las radios FM de Buenos Aires, veía que los helicópteros se posaban y lanzaban cuerpos, y recuerda que los mayores le aconsejaban que se escondiera para no quedar comprometido él mismo. La muerte desde el cielo era un mensaje muy fuerte en sí mismo, y a ello los militares le sumaban las “advertencias” a los testigos, y una presencia omnipotente, impune en la zona que incluyó un llamativo censo poblacional en 1979 que se llamó Operativo San Sebastián, que fue casa por casa y con “censistas” poco cálidos y armados.

¿Podés relatar algunos testimonios de isleños que te hayan conmovido o impresionado particularmente?

El relato del conductor de una lancha escolar, que en más de una oportunidad cuando llevaba a los chicos vio que lanzaban cuerpos con total impunidad y despreocupación frente a ellos mismos. Y el hombre les decía que se agacharan, que no miraran, con el propósito de resguardarlos. Y los chicos luego iban a su casa y no hablaban del tema, no contaban nada porque había como un pacto de silencio en la población isleña, una población que fue víctima de la dictadura al tener que acostumbrarse al terror en el cielo.

Los cuerpos que se arrojaban desde los aviones, ¿En donde caían? ¿En los ríos, en los pajonales, en las costas?

En todos lados. Eran aviones y muchos helicópteros. Algunos testigos hablan de helicópteros Alouette y Puma, que eran de Prefectura y de la Armada y llegaban “desde el lado de Buenos Aires”. Yo pensaba inicialmente que buscaban ríos profundos, pero hay muchos testimonios que hablan de los vuelos dentro del monte, a ras de la arboleda, en zonas de humedales.

Cuándo aparecía un cadáver, ¿qué se supone que pasaba con él? ¿Alguien lo hacía desaparecer?

Los cuerpos corrían distinta suerte. Prefectura y Policía se llevaron a varios, seguramente están enterrados y hay que investigar. Pero también los dejaban correr por los ríos, a algunos que quedaban atrancados los comían los peces, otros varios deben estar en las profundidades. Y los que caían en los montes, quedaban allí. Creo que muchos no van a aparecer más, pero hay muchos que sí podrían llegar a encontrarse.

Lockheed L88 Elecktra utilizado por la Armada

¿Hay alguna zona en especial en la que se circunscriban más casos?

Yo marqué principalmente la zona comprendida entre los ríos Gutiérrez y Paraná Bravo. Son trescientas mil hectáreas de intrincados cursos de agua y también de montes. El Bravo es el rey en la zona, es correntoso, tiene una profundidad de cuarenta metros, es salida de buques de ultramar y desemboca en el río Uruguay. En cuanto a las fechas, algunos testigos dicen que 1978 fue la época de mayor cantidad de lanzamientos, y durante el Mundial, en junio de 1978, dicen que fue muy grande la cantidad de vuelos.

¿Existe forma de determinar la cantidad de desaparecidos que hay en el Delta?

Está todo en investigación, diría que el asunto es dinámico y que se abrió una puerta que aún tiene muchas sorpresas. De acuerdo a la cantidad de testimonios, me atrevo a hablar con prudencia de centenares de cuerpos en el Delta entrerriano. Pensemos que en 1979, un año donde ya se habían producido la mayoría de las desapariciones, un policía me dijo que solamente él había encontrado 17 cuerpos.

¿Conocés historias de las islas de Tigre y San Fernando? ¿Pasó lo mismo en estas zonas?

Algo decimos en el libro, pero estoy accediendo ahora a mayores detalles. Me llegó un testimonio anónimo, después del libro, que indica que el primer lugar para el lanzamiento de cuerpos en tambores de combustible fue el Canal San Fernando. Y resulta que se produjo un accidente de una embarcación particular, que hizo pensar en el Delta entrerriano. Pero los primeros tambores en San Fernando fueron lanzados desde embarcaciones, no desde vuelos. Me dicen también que hay bastante para trabajar en San Fernando en toda la zona de Prefectura. Allí hay muchas respuestas que todavía no tenemos, como en la Prefectura Zona Delta en Tigre… En el libro incluyo los nombres de los jefes de la época.

Hoy en día, cuando hablás con los isleños, ¿qué percepción tienen de lo sucedido? ¿Fueron hechos relevantes en sus vidas o notás que cuentan las historias desapasionadamente como algo mas que les pasó? ¿Tienen miedo de hablar?

Desapasionado no hay nadie en esta historia que fue y acaso es tan fuerte para los isleños. Cuando terminé el libro, el año pasado, concluí que un tercio de los testigos había hablado y brindado su nombre; otro tercio había hablado sin dar su nombre; y otro tercio directamente no había hablado. El miedo todavía dura. De todos modos, como si tiráramos de un mantel, todo se corre para adelante, las cosas empiezan a cambiar y quienes no hablaban empiezan a animarse, y quienes daban el testimonio en forma anónima se atreven a dar el nombre. Cómo habrá sido de fuerte el tema en la gente, que hace algunos meses cuando presenté el libro en Holt-Ibicuy, frente a Paranacito, me contaron que a una chica de 16 años su abuelo le dice, ahora, que no se bañe en el río Paranacito porque “aparecen cuerpos flotando”. ¡Cómo habrá sido de impactante lo que pasó, que el hombre aún sigue conmovido por lo que vio!

A partir de la edición de tu libro ¿se inició alguna investigación judicial o gubernamental al respecto?

Era lo que yo esperaba, pero no ha sucedido. En algún tiempo me presentaré a la Justicia con el libro y con los testimonios que han surgido después. Hay jueces del juicio de la ESMA que conocen el tema del Delta entrerriano. Creo que hay mucho para trabajar. Estamos entre una Justicia donde hay funcionarios con un compromiso real, y otros que no se mueven; y al mismo tiempo observo que la masacre de la dictadura fue más grande de lo que pensábamos. Yo sigo recogiendo testimonios, tengo varios fuertes para tomar y de hecho lo estoy haciendo. Y los testimonios me llevan y me traen, entre el Delta entrerriano y el Delta bonaerense. Ya estoy concluyendo que todo el Delta fue el patio trasero de la dictadura…

Nota de la redacción: Si tenés algún relato referente a este tema, ocurrido en el Delta de Tigre o San Fernando, podes llamar al 1568443671, enviarnos un mail a boletinislenio@yahoo.com.ar o dejar una carta en la librería Sudeste, Avenida Cazón 1048. Prometemos preservar la confidencialidad de cualquiera que desee contar su historia.


viernes, 20 de febrero de 2015

HASTA PRONTO

Queridos amigos y lectores, hasta acá llegamos, por el momento. Luego de cinco años de intensísimo trabajo y dedicación, hemos decidido suspender nuestra actividad periodística en el Boletín Isleño.



Desde aquellos inicios en internet, hasta estos últimos tres años de periódico en papel, nunca hemos dejado de informar sobre las noticias que ocurrieron en el Delta, proponer debates, dar lugar de expresión a todos los que así lo han solicitado sin importar su origen ideológico y, sobre todo, intentamos valorizar siempre la historia, la cultura y la identidad isleña. En nuestra gente queda hoy viva la conciencia de ser un pueblo particular que tiene una historia y una idiosincrasia que jamás debe permitir que sea avasallada.

Hemos sembrado ideas, palabras y conceptos y, gracias a todos nuestros lectores, llegamos a conformar una verdadera Red de Información que sirvió para que todos los hechos que sucedían en la isla se dieran a conocer. Estar informados nos hace libres de los discursos dominantes de políticos, empresarios y oportunistas que, obviamente, tienen su agobiante coro de voceros disfrazados de “periodistas o comunicadores”.

Hemos intentado durante todo este tiempo, romper y filtrar ese infame cerco con las pobres armas que tuvimos, tal vez simples arcos y flechas, lanzas o boleadoras, contra los tanques más modernos de la industria del márketing y la propaganda. Queda en ustedes decir si lo pudimos lograr o no.

La edición en papel nos permitió llegar  todos los rincones del Delta, a través de la generosidad de lanchas almaceneras, proveedurías, docentes, y amigos de todos los arroyos, para poder ser leídos por las mayorías isleñas, que por lo general no cuentan con servicio de internet. Ellos son el Delta silencioso, al que tanto orgullo nos da haber podido llegar.


Nos queda la alegría por todas las amistades isleñas que hemos cosechado y, por qué no también, las antipatías de algunos, porque como dicen, “dime quién no te quiere, y te diré lo bueno que has hecho”.

Nos vamos con la conciencia de haber dejado todo lo que teníamos en nuestra tarea y de haber podido demostrar que es posible hacer un medio local de calidad y verdaderamente independiente, sin apoyos oficiales de ningún tipo. Pusimos todo, tiempo, plata, familia, trabajo. El Boletín Isleño, bueno o malo, y si de algo ha valido, es el fruto de todo ese esfuerzo.

La película es bien larga, y a veces es bueno rejuntar energías para volver luego renovado. Hoy los isleños ya no “comen vidrio” y han aprendido que el uso de la información es una defensa para contrarrestar los “versos”, vengan de donde vengan.

Siempre creímos que periodismo se hace cuando se escribe mostrando el lado de los que sufren, el de los que padecen las injusticias, dando voz a los que no tienen voz, volviendo visibles a todos aquellos seres invisibles que llevan sobre sus espaldas las consecuencias de las decisiones y actos de los poderosos. Cuando se escribe desde el otro lado, del de los dueños de las instituciones políticas o empresariales, no se hace periodismo, se hace propaganda.

Para nosotros es tiempo de tomar distancia, recalcular y relajar para, tal vez, en algún momento regresar al ruedo. ¿Quién sabe?
Los saludamos a todos con mucho afecto, hasta la vuelta.


José y Fernando


sábado, 7 de febrero de 2015

CERRAMOS LOS CLASIFICADOS DEL BOLETÍN ISLEÑO


En los próximos días comenzaremos a realizar las tareas de cierre del Facebook de “Clasificados del Boletín Isleño”. Hasta que la cuenta no esté dada de baja no se podrán hacer ningún tipo de publicaciones.
Este espacio que fue pensado como un servicio a la comunidad (por el que no recibimos jamás ni un solo peso) ha sido desvirtuado en múltiples oportunidades por usuarios que insistentemente violaron las políticas del grupo. Desde hace meses venimos luchando para que comercios de náutica, vendedores a artículos seriados, profesionales, constructores de cabañas (presupuestadas en  $150.000.-), comprendan que su actividad no encuadra con el tipo de publicación gratuita que ofrecemos a la comunidad. A esas personas, muchas de ellas isleñas, les hemos ofrecido la posibilidad de publicar un aviso pago (de $150.-) en las páginas del Boletín Isleño impreso, que les daría acceso a la presentación de sus trabajos también en los clasificados de la web. Pocos lo han entendido, muchos nos han discutido, varios nos han acusado quien sabe de qué cosas y otros tantos ni siquiera respondieron a nuestros mensajes. Solo dos o tres pagaron el mentado anuncio quedando en claro que no hay interés para que se produzca un feedback en el que todos nos veamos beneficiados. Aun así hemos permitido las publicaciones de constructores o vendedores de madera a quienes hemos apoyado dando el lugar, a pesar de no recibir ninguna retribución ni agradecimiento alguno. A cambio fuimos acusados de censura, por ejemplo la vez en la que le manifestamos a uno de los participantes : “Usted está levantando pedidos de madera en nuestro grupo y ha traído varios camiones de Misiones. ¿No estaría dispuesto a abonar un aviso de $150.- para que nuestro periódico se siga sosteniendo?” En esa ocasión se nos acusó de discriminación.
La idea original era que los isleños pudieran ofrecer artículos usados a otros vecinos y así fomentar una suerte de compra – venta con la cual todos saliéramos beneficiados. También fue nuestra intención fomentar el trabajo de la gente que quisiera ofrecer “oficios menores”, no tareas de construcción de estacadas.
Con la certeza de que en cualquier momento “nos van a embocar” con un artículo robado, con la sensación de ingratitud de muchos, con las absurdas acusaciones que nos formulan por mensajes privados, con la falta de sensibilidad que percibimos hacia este lugar que es de todos, es que decidimos bajar la persiana.
Hoy, en el colmo del absurdo, alguien que curiosamente publica su actividad en forma permanente y gratuita en los “Clasificados del Boletín”, nos acusó de mentir sobre las propiedades del pino impregnado. Por mensaje privado fue todavía más allá formulando diversas acusaciones para concluir con una suerte de extorsión en la que manifiesta que por suerte tiene toda la conversación “por escrito”.

Sin ninguna necesidad de recibir palazos, no ganando nada más que la (supuesta) satisfacción de que la gente se comunique a través de esa página, en vista de que muchos no han comprendido el sentido que le quisimos dar al espacio y de los problemas que los propios usuarios y vecinos nos ocasionan permanentemente es que decidimos despedirnos.

martes, 3 de febrero de 2015

TIGRE TE MIRA: DRONES SOBRE LA ISLA




Ya son dos los isleños que reportaron a este medio la presencia de drones de vigilancia sobre sus viviendas en la zona de Gambado y Sarmiento.

Estas máquinas voladoras están dotadas de cámaras, por lo que se trataría de una flagrante violación a la intimidad y la privacidad, desde que son enviadas a sobrevolar viviendas particulares, y que en la isla no existen espacios públicos.

"Es una herramienta muy importante para la seguridad pública", sostuvo en su momento Diego Santillán, quien era secretario de Protección Ciudadana.

Según publicó el diario La Nación, Santillán admitió que “más adelante, los drones podrían tener otro uso, como detectar construcciones no declaradas.”

Según el sitio BWNArgentina.com en Argentina no existe legislación que prevenga lo siguiente:

ABUSO DE UTILIZACIÓN: Los drones sólo deberían ser desplegados como fuerza de orden público mediante una orden judicial, únicamente en casos de emergencia o cuando haya motivos específicos y articulables para creer que el robot recogerá pruebas relativas a un delito específico.

CONSERVACIÓN DE DATOS: Las imágenes, vídeo y sonido recopilados por el drone, sólo deberían conservarse cuando existan pruebas independientes sobre evidencia de un crimen o la relevancia de esta información para una investigación o juicio. Sin embargo, un perito independiente debería controlar la veracidad de esas imágenes, vídeo y sonido que pueden ser implantados en la memoria del artefacto.

POLÍTICA: La política de uso de drones ciudadanos debe ser decidida por los representantes democráticos del pueblo, o  mejor aún, via comicios. Los drones no pueden ser impuestos por el gobierno o los departamentos de policía y seguridad. Las políticas deben ser claras, por escrito, y abiertas al público.

PREVENCIÓN Y RESPONSABILIDAD: El uso de drones nacionales debe estar sujeto a abrir auditorías y supervisión adecuada para evitar los abusos.


ARMAS: Los drones municipales no deben portar armas letales o no letales. 

Los aparatos tienen un valor de 17.500 dólares cada uno, tienen una autonomía de 25 minutos y alcanzan una altura máxima de 2000 metros.

Video promocional de los drones de la municipalidad de Tigre:

https://www.youtube.com/watch?v=eatEChi7cq0#t=24






lunes, 2 de febrero de 2015

Día de los humedales: El Defensor del Pueblo exige mejorar la gestión ambiental del Delta del Paraná

El Secretario General, a cargo del Defensor del Pueblo de la Nación, CPN Carlos Haquim, exhortó a las autoridades de la Nación y de las provincias de Buenos Aires, Entre Ríos y Santa Fe a implementar un mecanismo de acción interjurisdiccional para mejorar la gestión ambiental del Delta del Paraná, que constituye el humedal más importante de nuestro país.
Además se solicitó que se establezca una moratoria en la aprobación de nuevos emprendimientos o cambios de uso del suelo que pudieran modificar la dinámica hídrica hasta tanto esté en funcionamiento el plan operativo de gestión antes mencionado.




El pedido fue dirigido a la Jefatura de Gabinete de Ministros de la Nación y los mandatarios provinciales para que coordinen -en conjunto con la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, la Subsecretaría de Recursos Hídricos de la Nación, el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación, el Consejo Hídrico Federal y el Consejo Federal de Medio Ambiente- la implementación de un mecanismo de acción interjurisdiccional, en el marco de la Ley Nº 25.688, dotado de las facultades necesarias para emitir opiniones vinculantes cuando exista un posible impacto originado por actividades antrópicas significativas (ejemplo: obras públicas o privadas que impliquen cambios de uso del suelo, introducción de especies exóticas, modificación del régimen hídrico y en general todo lo previsto en la ley de Aguas). 

Esto implica que esa autoridad tenga la capacidad y la obligación de evaluar si existen impactos interjurisdiccionales y, en caso de que así sea, exigir medidas de mitigación (o de recomposición, si el impacto ya se hubiera producido). 

A su vez, se pidió que se elabore, con carácter de urgente y con amplia participación social, un plan operativo de gestión que contenga objetivos, acciones, plazos, responsables y presupuesto asignado y se promueva la adopción de una norma de Ordenamiento Ambiental del Territorio a escala regional que considere la dinámica hídrica del humedal y garantice la transparencia hidráulica, y atienda los impactos que causan los terraplenes actuales. 

También se exhortó a que se complete el relevamiento de los terraplenes y endicamientos existentes en el territorio del Delta, evaluando su impacto ambiental tanto individual como acumulativo e integral, y en caso de constatar la clandestinidad de las obras o determinar que las mismas causan un desequilibrio ecológico, se dispongan las medidas de mitigación o recomposición ambiental que resulten necesarias. 


Finalmente, se solicitó que se establezca una moratoria en la aprobación de nuevos emprendimientos o cambios de uso del suelo que pudieran modificar la dinámica hídrica hasta tanto esté en funcionamiento el plan operativo de gestión antes mencionado.


Fuente: Defensoría del Pueblo de la Nación.


Carta abierta de la comisión isleña de transporte fluvial a las autoridades

Tigre, 02 de febrero del 2015.

At. DIRECTOR EJECUTIVO
AGENCIA PROVINCIAL DE TRANSPORTE
Lic. Alberto Javier Mazza




Nos dirigimos a Ud. a efectos de hacerle saber dos hechos de gravísima importancia ocurridos en el Delta de Tigre.

En primera instancia, le informamos que el 28 de enero pasado; en el Arroyo Toro, Quinta Barbieri, la lancha INTERISLEÑA XXI colisionó y como consecuencia sufrió un “hundimiento total”. Tal hecho no se ha dado a conocer debido al aislamiento mediático en el que nos encontramos los habitantes de este municipio.

En otro orden, las empresas, a partir del sábado 28/01/2015, tomaron la decisión de aumentar las tarifas por Ud. autorizadas en resolución 524 del 29/12/2014, y derogada por su misma firma por resolución 021, del 07/01/2015, solamente a los turistas, abalada por resol. N° 050, la cual no ha sido aún publicada en el Boletín Oficial y conlleva un fuerte carácter discriminatorio respecto del resto de los habitantes de la República Argentina.

Ante la desorganización de Empresas y la falta de control de la Agencia Provincial de Transportes; junto con la irresponsabilidad de instaurar aumentos Ilegales; así como la de evitar acciones para salvaguardar la SEGURIDAD de los pasajeros; tomamos la medida de contactarnos con funcionarios del Ministerio de Transporte de la Nación.

Asimismo, le notificamos, que en virtud de todos los reclamos efectuados desde el año 2008 ante las autoridades pertinentes al sector por las problemáticas mencionadas, sin tener respuestas favorables a la fecha; los hacemos únicos responsables de cualquier otro accidente fluvial que pudiera producirse.

Quedamos a la espera de una una respuesta la cual vele por nuestra “seguridad” física y económica, asegurándonos protección frente a los aumentos ilegales y situaciones límites que ponen en riesgo nuestras vidas.

Por lo anteriormente expuesto, volvemos a solicitarle una inmediata entrevista al Sr. Gobernador, Daniel Scioli, y la urgente conformación de una comisión mixta integrada por los usuarios para al MEJORAMIENTO INTEGRAL DEL TRANSPORTE FLUVIAL EN DELTA BOANERENSE, tal como lo indica el Decreto Ley 16.378, Art 76.

Se adjunta copia al máximo Organismo Nacional. Ministerio de Interior y Transporte de la Nación.
Atte.

Lic . María Eugenia Romero DNI 16.453.367
Héctor Enrique Martinez – DNI 7.798.942
Rubén Aníbal Sejenovich – DNI 18.298.470
P.S. Yamile Attara – DNI 22.847.926
Delia Miato – DNI 5.789.725
Fernando Del Giudice – 7.782.813
Luis Alberto Cancelo – 12.237.443 
Liliana Graciel Leiva - DNI 11.683.110
Oscar Porras- DNI 10.023.003
Jorge Peymer – 4.605.951
Gisela Olarieta – DNI 30.133.182
Michelle Aslanides – DNI 20.231.125 
Violeta Ines Micotis DNI - 26321475

domingo, 1 de febrero de 2015

AUMENTA LA TARIFA TURISTA EN EL TRANSPORTE FLUVIAL

Una resolución de la Agencia Provincial de Transporte con fecha 28 de enero, dispone un aumento en las tarifas turísticas para las empresas de lanchas colectivas. El precio isleño de los boletos quedará igual que hasta ahora.

El 1º de enero se había dado un aumento del 20% que luego fue vuelto para atrás ante los reclamos de la comunidad isleña.

Imágenes de la resolución 050 que dispone los aumentos. Clikeando en las imágenes se amplían para leer.














sábado, 31 de enero de 2015

RODOLFO WALSH, SUS IMPERDIBLES RELATOS SOBRE EL DELTA

Publicamos a continuación una serie de notas periodísticas que escribió Rodolfo Walsh a principios de la década del 70, en una recorrida en lancha por el Delta desde Entre Ríos hasta su casa en el río Carapachay que duró ocho días. Estas crónicas están incluidas en el volumen titulado "El violento oficio de escribir".
En ellas encontrará oficios, datos isleños, nombres conocidos, costumbres.





CLAROSCURO DEL DELTA

Una región casi tan extensa como la provincia de Tucumán espera ser conquistada por segunda vez.
Cercano y desconocido, el Delta del Paraná revive la odisea de sus pioneros.
Al último tigre lo mataron los hermanos Cepeda en tiempos de María, la contrabandista de trabuco recortado que se ahogó en el Bravo por salvar a un cristiano. Pero la memoria del tigre y los piratas se extinguió con Celestino Ceballos, cuando a los 106 años pobló por segunda vez la Boca de las Animas, lugar de su vida y de su muerte.
Antes de perderse, los paraísos perdidos crean su leyenda de terror. Cada puñalada hace su historia, cada peripecia deposita sobre el mapa una amenaza contra el forastero. Ahí están los nombres del desaliento en los arroyos y los ríos: Desengaño, Perdido, Fraile Quemado, La Horca, Hambrientos, El Diablo, Las Cruces, El Ahogado, el Arroyo del Pobre.
Pobres eran todos: criollos cazadores, pescadores, recolectores de duraznos que plantaron los jesuítas en la más ignorada de sus misiones, cuyas ruinas dejaron de verse después de que Francisco Javier Muñiz las vio en 1818 sobre el Paycarabí: nombre de un cura (pay) tal como podía pronunciarlo en guaraní el indio cuyo cráneo exhibe, entre latas de aceite y surtidores, Hermán López, concesionario de YPF en Paranacito.
Para una docena de vascos inmigrantes, la fiebre amarilla que azotó Buenos Aires hace un siglo era más temible que las islas solitarias. Se instalaron en el Carabelas, sembraron trigo y papas, plantaron álamos, pusieron una fábrica de cerámica cuya alta chimenea, emergiendo entre los ceibos cerca del Guazú, está fechada en 1877.
Ya había italianos a lo largo del Lujan, fábrica de dulces en el Espera, franceses dispersos un poco por todas partes, como aquel Blondeau, cuya casa centenaria sobrevive en Carabelas, o aquel Chamoussy, que en 1905 contó 6.987.820 álamos y sauces en el Delta entrerriano.
Por esa época, un militar holandés que volvía de Sumatra compró al gobierno provincial 2.500 hectáreas, con la promesa de radicar diez familias españolas. El matrimonio vino con una institutriz para educar a sus cuatro hijas y se marchó al poco tiempo, pero la maestra holandesa se quedó, casada con un comerciante alemán.
A los 91 años, Carolina de Seybold evoca en su castellano silabeado la fascinante aventura: el viaje en vaporcito por el laberinto de islas –desierta Venecia, multiplicada Zeeland–, la tormenta de Santa Rosa que los sorprendió en el Miní, el desembarco y el bungalow construido por John Wright, que después compró su marido y donde ella sigue viviendo sesenta y cinco años más tarde, con sus muebles europeos, su loza de Delft y sus libros en tres idiomas, que ya no puede leer porque está ciega.


LOS INVENTORES DE RÍOS

En la pensión de Cívico, en Villa Paranacito, el truco inmemorial resiste aún al televisor. Gracias a este adelanto, viajantes aburridos y periodistas despistados pudimos ver una noche cómo el hombre dejaba sus huellas en la Luna.



Almacenes no faltan para atender las necesidades de los 1.500 habitantes de Paranacito (9.000 en su zona de influencia). Se diría que sobran, que hay tres o cuatro en cada una de las siete cuadras cuya calle es el río.
La delegación de policía (como le llama la gente), construida por Wrigth en 1906, sigue enhiesta; el Banco de Entre Ríos se alza sobre pilotes; el Registro Civil registra; cuatro lanchas traen de los ríos circundantes a los trescientos veinte alumnos de la escuela, y el hospital atiende con dos médicos un radio de treinta kilómetros.
Dos colectivos diarios a Gualeguaychú y cuatro lanchas semanales de San Fernando redondean el esquema de una comunidad optimista y acaso floreciente.
Cuando Carolina de Seybold llegó en 1904 no existían más que unos franceses y los cazadores criollos.
Dos hermanos Barreiro, españoles, pusieron después un almacén con reja sobre el mostrador. Sólo en el año veinte floreció una panadería.
Tres alemanes –Sagemuller, Ostendorf y Enrique Weide– pasan por ser los pioneros de la zona. También ellos compraron 2.500 hectáreas a cuatro pesos con cincuenta cada una.
Seguían sobreviviendo cuando veinte años más tarde acudió Conrado Weide. El Ñancay era salvaje, pero ya había cuatro vecinos. Las promesas de su tío Enrique resultaron ilusorias para el joven ileso de la guerra, que había vendido su ropa y enterrado en Buenos Aires un lamentado futuro como músico en la banda de la policía:
–Tuve mucha mal trastorno –admite hoy–. Yo trabajé hasta por dos pesos, de clarar día hasta escura la noche, comiendo harina y maíz sancochao, trabajando afuera para levantar despacito mi propiedad durante los domingos.
Cuando alcanzó a reunir cien nacionales, Conrado Weide se instaló por su cuenta. Cada uno de esos humildes billetes se ha convelido hoy en una hectárea de álamos cuyo rendimiento por corte puede calcularse en doscientos mil pesos; y ya lleva cuatro cortes.
La casa abrigada y el barco que explota su hijo completan la historia que Conrado Weide resume en el nombre de su canoa: "Yo he triunfado".
Las exigencias del medio hicieron del colono muchas cosas: quintero, marino, cazador, herrero, mecánico, bolichero. Sometido a las calamidades cíclicas, los repuntes del río y las bajas del mercado, las plagas de las plantas y los incendios de los pajonales, debió erigir sus diques, reparar sus embarcaciones, improvisar los repuestos del Fordson, almacenar el gas de los pantanos que alumbra muchas casas. Miroslao Konecny, checoslovaco, ilustra esa variedad de los oficios: albañil primero, constructor naval después, suele tripular ahora el Luscombe biplaza del aeroclub de Paranacito y divisar la comarca entera de los suyos.
Muchos triunfaron, como Weide, a costa de penurias grandes.
Forzudos, elementales, adheridos a la tierra, algunos alcanzaron la cima de la obstinación, de una locura heroica que provoca las sonrisas de sus descendientes.
–¡Qué gente bruta! –dice con jovial ternura Juan Urionagüena, nieto de los fundadores del Carabelas–. Se pasaban la semana cavando zanjas y serruchando troncos, y los domingos se divertían organizando apuestas para ver quién cavaba más zanjas o serruchaba más troncos.
Uno de aquellos cavadores pasó a la inmortalidad, abriendo a pala los seis kilómetros que separaban al Guazú del Paraná de las Palmas. Por esa vía irrumpió la fuerza monstruosa de los ríos. En la actualidad, la zanja Mercadal da paso a buques de ultramar.
–No es para tanto –se queja otro español, de nombre Murillo–. En el año treinta, yo hice una zanja de
2.622 metros de largo entre el Bravo y el Gutiérrez.
–¿Y qué pasó?
–No agarró corriente –admite resignado.

AMÉRICA NO ESTABA

El 28 de abril de 1945, un oficial inglés encargado de custodiar un puente cerca de Klangenfurt, Austria, se frotó los ojos antes de disparar su ametralladora Thompson contra un solitario tanque alemán que avanzaba sobre sus posiciones. Después comprendió que el paño rojo y blanco que ondulaba sobre el tanque podía ser la bandera polaca.
–¿Polish? –gritó la silueta que asomaba por la escotilla.
–¡Pólnishe! –respondió el tanquista antes de bajar seguido por sus compatriotas Kostic y Mankievicz, los prisioneros rusos Basil y Tripolof, y dos soldados austríacos.
Culminaba así la odisea que para Sigmund Jasinsky, sargento del ejército polaco, empezó seis años antes, un lunes primero de setiembre, cuando ochocientos aviones alemanes taparon el cielo de Varsovia.
Prisionero, fugitivo, capturado, enrolado por la fuerza en la legión Speer, Jasinsky acababa de completar una fantástica fuga nocturna desde Yugoslavia, entre los penúltimos incendios de la guerra. Tres horas después vestía el uniforme polaco y volaba rumbo a Italia.
Sigmund es hoy Segismundo e incluso Sigue-Mundo, como se llama su modesto recreo sobre el Carapachay, donde veteranos de la gran dispersión europea suelen reunirse para contar historias olvidadas, entre vasos de vino e interminables discusiones sobre el "comunismo", que Segismundo denuesta mientras Carola, su esposa italiana, entona Bandiera Rossa entre carcajadas. Algunos de los hombres que acuden allí no tuvieron en el Delta la suerte que ayudó a la mayoría de los colonos.
Pablo Stopfka vino en 1938 con la idea de quedarse un año; trabajó como peón en las quintas hasta que consiguió trabajo en las salinas de La Pampa y pensó que había encontrado América, "porque en ese tiempo usted trabajaste un mes y puedes vivir un año".
Pero América no estaba, al menos para Pablo. Al año siguiente estalló la guerra y empezó una desesperada tentativa por reunirse con su familia, con su mujer.
–Me llamaba y me llamaba. Me escribía: "Venga porque no te escribo más". Y yo quería volver en Europa, pero no se puede más volver. Quizá la idea se fue debilitando entre papeleos, trámites y cartas.
–Consulado checo me llamó; me pregunta: "¿Tienes plata?" No. "¿Tienes para pagar pasaje?" No.
"¿Tienes la mitad?" No tengo. "¿Tienes tercera parte?" No tengo. "Si quieres, vas a ir gratis." Pero yo digo: Mira, yo no voy porque, como no tengo plata, yo tengo vergüenza ir gratis.
Entonces, Pablo Stopfka empezó a viajar por los ríos. A razón de treinta metros por día, un kilómetro por mes, doce kilómetros por año, en una draga del Ministerio de Obras Públicas. En diecisiete años recorrió cuatro ríos: el Espera, el Toro, el Antequera, el Carabelas.
–Ahora llegó "Última Thule" –dice misteriosamente, septuagenario de sonrisa infantil, mientras confía en que el ministerio se digne pagarle la jubilación correspondiente al sueldo de veintiún mil pesos que ha dejado de cobrar.



ADIÓS AL CAZADOR

Si el éxito del colono europeo quedó librado a su estoicismo, el desarraigo del poblador criollo estaba decretado de antemano: nunca pasó por la cabeza de aquellos gobernantes ofrecer al nativo las tierras y los créditos que tuvieron los primeros inmigrantes.
–Aquí había una docena de pobladores, gente nutriera –recuerda el viejo Maeta–. Cuando vinieron estos alemanes tuvieron que irse. Uno o dos quedaron con un pedacito de tierra.
Irse no era todavía una desgracia irreparable en el vasto mundo de las islas. El hombre agarraba su canoa y sus trampas y se mudaba a otro lado. Vinieron, incluso, buenos tiempos para esos nómadas. Por el año veinte empezó a valorizarse la nutria: se pagaba cuatro o cinco pesos por un cuero.
–Hubo épocas –dice un antiguo cazador– en que un ministro no podía ganar lo que ganaba cualquiera de nosotros. Yo he visto a uno matar sesenta y ocho nutrias en una noche, sobre la costa del Pavón. Era una alegría todo, un derroche de plata.
La escasez gradual de la nutria, del lobito y del carpincho trajo las leyes de veda, que una vez más desampararon al hijo del suelo.
De todas maneras, estos son sobrevivientes de un tiempo que se acaba. Sus ranchos subsisten a la orilla de los ríos, sus trampas velan los comederos de las nutrias, sus manos mantean los cueros o engavillan el "unco", pero cada creciente que detiene el trabajo en las quintas, cada helada que paraliza los cultivos, arrastra a las ciudades próximas su marea de isleños. Muchos no vuelven.
–Hacen bien –dice Conrado Weide, colono que fue peón–. Para ganar ochocientos pesos por día en la isla, es mejor quedarse en las fábricas.
Unos pocos hicieron fortuna, tienen barco o aserradero. Pedro Peralta, con almacén en Paranacito y veintiocho hectáreas de quinta, recuerda los duros tiempos en que araba hasta la madrugada, con un tractor Vogler que su mujer engrasaba mientras él dormía.
–No había límite para el trabajo. Hemos hecho campo día y noche, y la mayoría andábamos en pata. Hoy nos quejamos, sí, pero aquello era muy distinto.
El cementerio fluvial de La Tinta ilustra a su modo las dos vertientes del destino en las islas. "Hier ruht in gott", "Hier ruht mein lieber Mann" rezan las prolijas lápidas de mármol de los Wolter, Leutenmayr, Steinhauer, Kirpach, Schüpbch, Backert, con que alternan las cruces de madera de Diego Belasque, Margarito Muñós, Estapio Medina o "los restos de Bicente".
En ese rincón de Entre Ríos, alguien quiso que lo recordaran con dos palitos cruzados y un letrero orgulloso: "Nicolás Acosta, el entrerriano".

Walsh pescando en el río Carapachay


HOMBRES Y BARCOS

El hombre es el bote. Hay nombres de botes o de barcos que terminan por ser nombres de personas, como el viejo Noi, al que llaman así porque así se llama su canoa.
En las riberas de Tigre y San Fernando se alzan grandes astilleros en cuyas gradas crecen buques de ultramar. Pero esos no son los barcos que interesan al isleño.
Lo que se dice un barco es ese perfil chato y tenaz que arrastra casi a flor del agua los trozos de álamo y sauce. Los más pequeños cargan diez o veinte toneladas; los más grandes, arriba de cien.
José Maeta –que era un chico cuando su padre lo trajo a Las Animas, en 1906– pasó cuarenta y dos años a bordo del Feliz Buenos Aires. En ese tiempo, los arroyos se navegaban con botadores o con botes de proa tirando del casco, hasta salir al Río de la Plata, donde se izaba la vela y se agarraban todos los chubascones y los fríos, porque "no teníamos gabina, íbamos sobre la troja, con la soguita". En 1911 le pusieron motor de nafta y, en el '24, máquina grande.
–En el '40 nos salvó a todos de la creciente, incluso a una vaca que teníamos y que subimos a bordo.
"Mochila" se llamaba la vaca, y era un manantial.
A la muerte del padre, José Maeta vendió el barco, pero aún no ¡ se ha desligado de él, de su casco hundido en el Mosquito.
–Cada vez que paso, lo miro y me digo: "¡La pucha...!", porque yo envejecí a bordo... Pobrecito... –agrega como si hablara de alguien.
Otros cascos muertos despiertan la piedad o la fantasía del isleño. En un arroyo ciego sobre el Lujan, un taller en ruinas exhibe, entre la escoria de la marea, el destino final de todo lo que navega: la hierba horadando el hierro del Presidente, el marco de un cuadro sin cuadro enganchado en el cepo del ancla del Tubicha. Por encima de tales pesares, el sol blanquea las tablas de un drama mayor. Nadie sabe qué hace metido en el barro de esa zanja el casco con doble forro de teca de un cúter. Su línea afilada sigue intacta, pero del tambucho de popa surge un ligustro y en la cruceta del aparejo Marconi tiene su nido un hornero.
Entre firuletes de verdín se extingue el nombre del Marylú, y la justicia de los hombres del río ensaya la única explicación posible: –Era de un maharajá.
De estas cosas puede hablarse indefinidamente: del primer vapor que llegó a San Fernando nada menos que en 1826, o del primer barco de hierro que trajo Sagemuller a Paranacito; su nombre era Margot.

Rodolfo Walsh y su amigo Haroldo Conti


LAS PRUEBAS

La marca puede ser una argolla, una muesca en un poste, una raya hecha con lápiz. Es raro el isleño que no haya conmemorado de algún modo la altura que alcanzaron las aguas en 1959.
En marzo de ese año, el hidrómetro de Iguazú empezó a dar señales de alarma: el Paraná crecía. El 29 de abril alcanzaría una altura de 4,92 metros en el puerto de Rosario. Era una marca alta, aunque por sí sola no habría originado mayores dificultades. El 13 de abril, una fuerte sudestada empezó a embotellar en el Delta las aguas del Río de la Plata. Al día siguiente, el semáforo del Riachuelo señaló 3,78 metros sobre cero: una marea regular, superada el año anterior y, sobre todo, en 1940. La creciente y la marea juntas constituían, sin embargo, algo muy serio.
–Al oscurecer –recuerda José Aguinaga, del Carabelas–, el río estaba medio seco. A las dos de la madrugada había llegado a cuarenta centímetros de la puerta, cubriendo los pilotes. Escuchábamos mugir las vacas. A la mañana siguiente no las escuchamos más.
En ese momento empezó a crecer el río Uruguay. El 17 alcanzó una altura inigualada: 17,75 metros. La triple invasión de las aguas tapó durante meses centenares de miles de hectáreas. Los daños fueron enormes, pero diez años después puede afirmarse que la Gran Inundación demostró la irresistible vitalidad de la zona y fijó los límites de sus posibilidades futuras.
–El Paraná es un río manso –sostiene en Tigre Sandor Mikler, fundador del periódico Delta, que treinta y tres años después de su aparición anda por su número 850–. Las mayores crecientes no matan a nadie. No es justa la imagen desastrosa que le crean los periodistas porteños.
El agrimensor Raúl Donaq, miembro de la junta de gobierno de Paranacito, coincide con Mikler.
–La creciente del '59 nos tomó de sorpresa: se llevó hasta el archivo. Pero a veces hace más daño la campaña periodística que la inundación. Así ocurrió en el '66. La gente se asusta, disminuye el valor de las tierras, los precios de la hacienda se vienen al suelo.
Las inundaciones no son la única catástrofe natural que puede acechar al isleño. Las plantaciones de duraznos que hicieron famoso al Delta de principios de siglo casi han desaparecido, arrasados por sucesivas plagas de diaspis y bichos del duraznero. La escaldadura hizo otro tanto con los ciruelos, y una enfermedad desconocida diezmó manzanos, perales y membrillos. Hasta 1967 florecía la citricultura: en junio de ese año,
una helada terrible arrasó montes enteros. Las calamidades no siempre son meteorológicas.
–Yo tenía seiscientas plantas de limones –dice un productor– . Cuando vino la primera helada, le dije a mi señora: "¡Ojalá se sequen todas las plantas!". Al día siguiente salí a caminar: se acabaron los limones.
¡Mejor! Mejor porque yo me libré. Abandonarlos no, pero, si se secaban por mandato de Dios, ¡al diablo los limones!
–Hubo un tiempo en que todos plantábamos formio –explica Luis Corino en el Gutiérrez–. La importación de fibras tiró abajo los precios. Nadie planta más.

Sandor Mikler, fundador del Periódico Delta


PAISAJES EN POLIESTER

En la lancha descubierta, el frío de junio me había cegado a los colores. Después recordé haber visto esos tonos ocres y violetas de las casas, esa luz tierna del atardecer, esa oscuridad de las aguas en el brazo de La Tinta. Pero en Constanza hacía calor; la orilla opuesta se plegaba en terrazas que iban del celeste al gris, sobre la anchura impávida del Guazú. "Es necesario llegar hasta aquí", recordé con Haroldo Conti, "para saber lo que es un río en esta parte del mundo". Olas de casi un metro nos han sacudido en el Bravo; hemos
visto los mimbreras del Seibo, los barcos amarillos de los pescadores en el Ñancay, las relingas brillando al sol, el gris de los álamos entretejido como un gobelino con el verde de las casuarinas, las copas rojas de los pinos calvos. Hemos oído de noche la marejada de los grandes paquetes, mientras los ríos del sueño prolongaban el Delta interminable. En octubre, noviembre, las casas quedarán nuevamente tapadas por el follaje y el perfume arrasador de las madreselvas llevará muy tierra adentro el mensaje de las islas sumergidas en la creciente de la luz.
Los sectarios callan, temiendo quizá el día en que ha de producirse la invasión. Un disparate heredado por los cronistas pretende que el Delta es visitado anualmente por tres millones de turistas. No hay nada de eso. Los dos millones de pasajes que expenden las empresas de lanchas colectivas corresponden a un millón de pasajeros en viajes de ida y vuelta: menos de la mitad son turistas.
El Delta fue descubierto y olvidado. Todos admiten que la década del veinte, hasta comienzos del treinta, fue la edad de oro de los grandes recreos. Bajo un espejo cromado que proclama las bondades de "Deltina, refresco de moda", Manuel Leverone recuerda en el Cruz Colorada aquellos años en que "lo mejor de Buenos Aires" acudía a cenar y bailar. Teresa Giudice, en El Tropezón, evoca con nostalgia los tiempos en que llegaban excursiones de hasta ochocientas personas. La decadencia se acentuó después del '55: algunos la atribuyen al peronismo; otros, a su caída. Solamente Carlos Jahn, dueño de una acogedora pensión en el Martínez, se ha tomado la molestia de compilar estadísticas: las alzas y las bajas coinciden con los períodos de auge o de crisis económica.
–En 1945 –dice–, en esta zona de Paranacito había cuarenta pensiones con más de trescientas camas. Hoy no quedan ni diez, con menos de cien camas.
Las causas intrínsecas de la decadencia son claras: ni las autoridades ni los particulares hacen nada efectivo por el turismo. La desidia empieza por las guías que publican mapas anticuados, con recreos que no existen. Ejemplo: en Puerto Constanza figura como hotel un local ruinoso, carísimo y sin luz eléctrica. No figura una cómoda pensión en la orilla de enfrente.
El boom de las lanchas de plástico ha traído esperanzas. Jahn anota en su planilla cincuenta embarcaciones de ese tipo que llegaron a su establecimiento en los tres primeros meses de este año. –Se están fabricando alrededor de mil lanchas de poliéster al año –nos dice en San Fernando José Canestrari, propietario, con su hermano, de uno de los principales astilleros–. La industria tiene un crecimiento explosivo, sin límites previstos. Cuando llega la temporada, no hay fabricante que pueda hacer frente a la demanda: no damos abasto.
La perspectiva es quizá brillante. Para que se concrete será necesario que no ocurran episodios como éste: después de recorrer en menos de tres horas los 130 kilómetros que separan Tigre de Ibicuy, descubrimos que ni en el puerto habilitado para buques de ultramar ni en el cercano pueblo de Holt (5.000 habitantes) había una gota de nafta.


Las lanchas plásticas fueron desplazando a las clásicas de madera 


EL CAMINO DE LA MADERA

La madera tiene su conversación y su precio, su edad y su medida, que condicionan la vida del hombre y hasta el tamaño de su canoa calculado en múltiplos de dos metros con veinte, que es el largo de un trozo.
Una planta demora de diez a doce años para alcanzar el espesor que permita sacar de cada trozo un porcentaje de tablas de seis pulgadas. Durante ese largo crecimiento, el colono subsiste de cualquier modo, hasta que llega el momento del corte. Si el precio es favorable, realiza en un año la cosecha de diez: el desposeído se transforma en casi millonario. Cuando el mercado está en baja, puede aguantar dos o tres años hasta que los árboles empiezan a tumbarse solos. Entonces hay que cortar, aceptar lo que ofrezcan o dejar que la madera se pudra en la costa.
Hoy, nadie se queja del precio:
–Hay quintas excepcionales, que sacan hasta setecientos mil pesos por hectárea cortada –dice Juan Urionagüena.
Cerca de cincuenta aserraderos elaboran en la zona de Paranacito cajonería de álamo y sauce. Más de cuatrocientas chatas llevan a Tigre y San Fernando sus trojas repletas. La sierras cantean los trozos, las sinfín con rolo cortan las tablas, trabajando a veces día y noche: son, tal vez, los últimos esplendores de una industria que parece destinada a sucumbir ante la competencia de las cajas de cartón corrugado, liviano y barato.



DEL CAMUATÍ AL PAPEL
"Una pasta como papel", dijo Marcos Sastre describiendo el material con que el camuatí fabrica sus colmenas, que ahora, como hace un siglo, cuelgan de las altas ramas de los sauces, al borde de los ríos. No sólo las "avispas reunidas amigablemente", sino también los hombres, habían aprendido entonces a triturar la pulpa de madera: de 1864 data la fábrica de papel de un tal Perkins, y de 1877 la de Juan Alcántara, en Zarate. Esos primitivos talleres presagiaban la planta de Celulosa Argentina, que en el mismo lugar convierte en bobinas la madera de los montes entrerrianos.
–Dos de cinco, uno de siete, uno de seis... –canturrea el apuntador, aplicando una regla medida en pulgadas al diámetro de cada trozo, que deposita sobre el hombro del cargador un peso de cincuenta kilos.
Mil seiscientos trozos llenarán la bodega y la cubierta del Ñato B hasta completar ochenta toneladas. Es una pequeña parte de la producción, que arrasa mensualmente con 140.000 plantas, del total de ocho millones de álamos y sauces que pueblan la isla Victoria. Cuatro ríos –el Uruguay, el Martínez, el Sagastume y La Tinta– cercan esa extensión de 5.500 hectáreas, una tercera parte de las posesiones de Celulosa en el Delta entrerriano.
Unas gotas de verde resaltan sobre la cortina gris de álamos americanos:
–El "musolino" ya no trabaja como antes –explica sin pesar José Gobbi, un italiano que vino en el treinta–. En noviembre se seca la hoja. Formoseños, misioneros, correntinos, que se resisten a abandonar el hacha, apilan sobre los ramales de la vía Decauville los trozos que ha de llevarse la motozorra. Entre tanto, de cualquier rincón del bosque surge el ruido curvo que puebla las mañanas del Delta desde el Santos Grande hasta el Caraguatá, desde el Seibo al Talavera y más arriba.
"Un millón de hectáreas plantadas" es el ambicioso lema del Consejo de Productores Isleños, mientras la débil conversación que durante décadas llenó el tedio de los viajes en las lanchas de Galofré se alimenta ahora con vastos proyectos de fábricas de celulosa y papel diario, donde se entremezclan el BID, la Banca Rotschild y una soñada catarata de millones de dólares.
Hemos visto la desolación de Puerto Constanza, donde no queda un palo para amarrar una lancha junto al muelle de cemento que antaño recibía el ferry-boat; la ruina de los elevadores de granos en Ibicuy; la eterna soledad de Lechiguanas. Pero el Delta es grande y obstinado como el inmenso río que lo hace y lo deshace.
–Esto va a cambiar el pueblo –dice Raúl Donaq depositando la mano de la confianza sobre los generadores Mann y Koerting de la nueva usina de Paranacito.
–Vuelva dentro de dos años –sonríe Emilio Gramlich, que se propone cambiar nada menos que la navegación con sus chatos pontones de hierro, capaces de sacar madera de las zanjas con quince centímetros de agua: ya ha construido sesenta.
Para todos estos hombres, la futura grandeza del Delta es una evidencia. Lo es también para Marcelo Mamey y Luis Corino, que se pasaron diez años perfeccionando una nueva zanjadora que triplica el rendimiento de las importadas. O para Alfredo y Domingo Domeñani, que se proponen convertir el Canal del Este en una nueva versión de Miami, urbanizando seiscientas hectáreas divididas en cinco mil lotes.
El espíritu de los pioneros parece revivir en las islas:
–Yo puedo manejar la vela –dice Carolina de Seybold.
–Podías –le recuerda su hija.
–Quién sabe si no puedo todavía.



EL DELTA EN CIFRAS

Se sabe dónde termina el Delta del Paraná, pero es difícil decir dónde empieza. La mayoría de los turistas conoce un triángulo limitado por el Paraná de las Palmas y el Lujan, con vértice en Campana: es una sexta parte del Delta bonaerense. Los pescadores deportivos frecuentan un triángulo que incluye al anterior, limitado por el Paraná de las Palmas y el Guazú, con vértice en San Pedro: abarca alrededor de tres mil kilómetros cuadrados, pero aun esta enorme extensión de ríos y de islas es apenas una séptima parte del más alto de los totales estimados para el Delta. Al norte del Guazú, y del Paraná a la altura de Baradero, el Delta es entrerriano. Algunos sitúan el límite sobre el Uruguay en la boca del Gualeguaychú, a 150 kilómetros de Tigre en línea recta; otros, en la boca del Ñancay, a 100 kilómetros. Hay quienes incluyen las zonas anegadizas del predelta entrerriano y quienes las excluyen. Todos se han puesto de acuerdo en fijar como vértice noroeste del Delta al puerto entrerriano de Diamante, situado a 533 kilómetros del puerto de Buenos Aires, por vía fluvial. Aunque allí tampoco terminan las islas, las diferencias apuntadas bastan para darnos tres estimaciones radicalmente distintas sobre la superficie del Delta, que van desde los 7.250 hasta los 21.000 kilómetros cuadrados (Sociedad Argentina de estudios Geográficos). En esta superficie, equivalente a la de la República de El Salvador, vive una población isleña estimada en 35.000 habitantes. Para encontrar una densidad más baja hay que descender a los desiertos patagónicos. Por supuesto, Paranacito y el Delta turístico están mucho más poblados, pero, a medida que uno se interna en la zona de las Lechiguanas, la sensación de páramo se vuelve casi abrumadora: un tramo de 435 kilómetros cuadrados, correspondiente a la carta geográfica del río victoria, registraba en 1964 una familia cada diez kilómetros cuadrados. En la carta, otro sector del arroyo Lechiguanas –el situado frente a Ramallo– aparece poblado por una tapera, seis tinglados y un solo edificio para 280 kilómetros cuadrados. Si se considera que la margen derecha del Paraná, desde Rosario hasta Campana, es una de las zonas más industrializadas del país, se comprenderá el obstáculo que hasta ahora ha representado el río, y la esperanza con que el Delta y el sur entrerriano aguardan el puente sobre el Paraná en Brazo Largo. Nacido hace 150.000 años, el Delta no ha terminado de crecer, desalojando en su avance al río de la Plata a razón de 70 metros por año. Los sedimentos que acarrea el Paraná forman lentamente nuevas islas. Pero el gran albañil del Delta es el río Bermejo, que aporta las dos terceras partes de los 150 millones de toneladas que el Paraná arrastra anualmente.



El Consejo de Productores Isleños estima en un millón de hectáreas la superficie cultivable o forestable. Sólo una décima parte de esa extensión está cultivada o forestada: son las orillas altas o albardones. Sandor Mikler, asesor del Consejo, opina que desde el punto de vista forestal no hay tierras altas ni bajas: se trata de plantar en cada lugar la especie adecuada. Si esto fuera así, el Delta sería, potencialmente, una de las zonas forestales más ricas del mundo. Todo lo que pueda decirse o escribirse sobre el Delta será poco. Lo componen más de quinientos ríos, con una longitud total superior a la del propio Paraná. La comunicación fluvial triplica las distancias. Aun con el más moderno medio de transporte –una lancha Avan 440 con motor dentro-fuera de borda, de 100 HP, facilitada generosamente a Georama, por el astillero Canestrari–, en ocho días de navegación, los autores de esta nota apenas se asomaron a ese mundo.