sábado, 26 de octubre de 2013

MARICA RIVERO, PIRATA DEL DELTA. Por Alberto Muñoz para Boletín Isleño

La Pirata Marica Rivero y su esposo el Correntino Malo




Yo,  Doménico H., fui uno de los hombres que navegó con la Marica Rivero. Este diario escrito a los tumbos, quiere contar lo que se vio y lo que se sufrió al lado de esa mujer más dura que el quebracho.
Era pirata, como la otra, la “cojuda” Micaela Taborda.
Navegué con las dos, pero con la Marica se ganaba mejor y además dejaba que uno anduviera mamado día y noche. A la Marica no le disgustaba que yo contara su vida en un cuaderno,“...poné que soy alta, menos puta y que tengo todos los dientes; hablá de mí para entusiasmar a los gurises y para que me odie la milicada”.
Éramos unos veinte y fuimos a la caza de un vapor italiano, el Acqua Forte que navegaba por las aguas del Gran Paraná.
Sabíamos que merodeaba buscando fondear por una avería. Le anduvimos atrás durante varias noches. Esperábamos la niebla, porque en la niebla Marica se agrandaba.
Arremetimos por la popa y embocamos al vapor con un anzuelo de furia. La niebla no dejaba ver pero nosotros teníamos la ventaja de haber nacido en el infierno. Los marinos italianos eran grandotes y toscos, parecían viejos, algunos tenían manchas en el cuerpo como si hubieran sido atacados por alguna peste. Eran hombres rudos, se defendían bien, pero estaban  desconcertados por el modo en que aparecimos como fantasmas.
A la cabeza iba Marica pegando gritos y partiendo cabezas con el machete. La sangre se colgaba de la niebla y nuestras botas iban pisando pedazos de piernas y brazos, cabezas que saltaban, no enteradas de que sus cuerpos se meneaban por separado; parecían pollos pasados a degüello chocando contra las paredes como borrachos, con el cogote colgando. Estábamos tan cebados que no sé si en algún momento no matamos a alguno de los nuestros. No importaba demasiado, porque no valíamos nada. Cada uno defendía el pellejo como podía.
A mí me entusiasmaba el griterío, quería recordar lo que gritaban para escribirlo en mi diario, pero los italianos aullaban en una lengua extraña; yo suponía que el sufrimiento nos hacía decir a todos lo mismo, pero no, abrían la boca para rogar. Nosotros no sabíamos rogar, ni pedir, ni suplicar.
Cuando no quedaba nada ni nadie en pie, vi a Marica adentro de la niebla, fumando y chupando, con el pelo rojo de sangre. Tenía la mirada extraviada como si hubiera visto algo de otro mundo: -No me jodás virgencita, salí del barco porque lo vamos a quemar aunque se llene de santos!- gritó.
Nos llevamos las cosas más valiosas y le prendimos fuego al barco. El humo llegaba hasta el cielo y parecía que se llevaba las almas de los  muertos. Todo había terminado. Navegamos en silencio hacia cualquier lado. Me acerqué a Marica para hablarle, estaba medio ida.
 - Marica, vos viste algo, no?-
 - ¡¿Qué te metés?!, ¿Qué andás buscando escribir en ese cuaderno de mierda?...¿Qué sabés vos de las cosas que le pasan a una?-...  
-¿Era una virgen?... ¿Se te apareció una virgencita en el vapor?-
-Sí... -contestó- y era linda, pero no como yo. Medio asustada la pobre... poné que le faltaban los dientes, y que yo me levanté la pollera y le mostré la concha para que aprendiera, para que se hiciera mujer y se viniera con nosotros.

Fragmento del diario de Doménico H. “Mujeres piratas en el Delta”


Alberto Muñoz es vecino del arroyo Espera. Es dramaturgo, poeta, guionista de televisión (Okupas, magazine for fai) escritor y músico. Esta serie de relatos llamada "Historias Naturales" fue ideada exclusivamente para el Boletín Isleño.