lunes, 21 de abril de 2014

BUSCANDO EL “SER ISLEÑO” . 8ª Entrega: “El informe de Antonio Gil. 1ª parte.”

A fines del siglo XIX se vivía el pleno auge de la inmigración europea en las islas. La región había sido radicalmente transformada en las dos últimas décadas por la acción emprendedora de los nuevos isleños, cambiando los modos de producción y la relación del hombre con el territorio. Las leyes de colonización del 1888 fueron la herramienta legal para que los gringos recién llegados se sintieran dueños de sus quintas y tuvieran el ánimo de emprender las titánicas tareas que  realizaron.
            Ante semejante aumento de la población, el dinamismo económico que tomó una región hasta entonces marginal y olvidada, y el peso político que implicó el crecimiento demográfico en zonas como el delta de San Fernando, cuyos habitantes años más tarde podían por su número torcer elecciones en ese partido, el Estado debió tomar cartas en el asunto isleño.
             En 1894, el gobernador Udaondo comisionó al ingeniero agrónomo Antonio Gil para que recorriera la zona y elevara un informe sobre la situación en las islas. El verdadero motivo era la intención de crear en el Delta un pujante polo de producción forestal y agrícola, todo lo cual ya existía gracias a los esfuerzos individuales de los tenaces isleños que hasta ese momento no habían recibido ayuda de ningún tipo.

El ingeniero agrónomo Antonio Gil elevó un valioso informe al gobernador sobre el estado del Delta. Su interés era buscar un polo forestal cerca de Buenos Aires.


            Al mismo tiempo se creó una Comisión de Fomento integrada por los señores Juan Müller, Amancio Williams, Enrique Navarro Viola, Carlos Altgelt y Carlos Cernadas, todos ellos profundos conocedores del Delta, con el fin de recomendar al gobernador las medidas apropiadas para “desarrollar la población y el cultivo en las islas, y fomentar todo esfuerzo que se haga en ese sentido”.
            El ingeniero Gil quedó así obligado a someter sus estudios a esta comisión, con la cual tuvo serias diferencias, como suele suceder hasta hoy entre funcionarios y los pobladores isleños, únicos verdaderos conocedores de la región.
            El primer recorrido del comisionado fue por los arroyos Cruz Colorada, Toro, Torito, Espera, Esperita, Capitán, Caraguatá y Carapachay. En el informe asegura que estas vías están por completo cerradas a la navegación gracias a las mareas y la sedimentación. “Un ejemplo palpable de lo que afirmo es la que se observa en los arroyos Cruz Colorada, Caraguatá y Carapachay. Los dos primeros se hallan reducidos a zanjas que no permiten ni el pasaje de un bote, en marea baja, siendo público y notorio que hace pocos años pasaban sin dificultad embarcaciones de regular calado. El Carapachay ha sufrido una disminución de 20 metros de ancho en su boca sobre las Palmas, en el término de cuarenta años según afirman vecinos”, asegura Gil. Y aquí es donde el funcionario mete la pata por desconocer por completo el empuje del isleño. Dice en su informe: “No hay duda, que si hubiera entre los propietarios espíritu de asociación, podrían con pocos gastos abrirse canales transversales hacia los arroyos navegables con lo que facilitarían los medios de comunicación.”
            La Comisión de Fomento no tardó en replicar a Gil, e informarle que los arroyos que él menciona “hace más de un siglo que no son navegables para embarcaciones de gran calado, y al contrario, hace cuarenta años estos estaban completamente cerrados y fueron reabiertos gracias a la iniciativa particular”. Además la Comisión refutó la recomendación de Gil de hacer embarcaderos públicos para carga y descarga, “ya que sería recargar con fletes y gastos inútiles, ya que cada isla es un embarcadero y no habría objeto alguno en trasladar los frutos a un solo punto, cuando se pueden remitir directamente al mercado de consumo desde las mismas islas”.
            Otro punto de discordia fue el tema del cultivo del manzano. Gil en su informe se limita a recomendar esta fruta sin mencionar otras. Dice en el informe: “Pocos árboles frutales ocupan la extensión de éste en la sección primera de las Islas del Paraná”. Allí habla de las variedades Rayada, Cara Sucia, Banco, y Palmira de Montevideo, injertadas en pies de membrillo. La Comisión hace la objeción a Gil de que no habla de los duraznos, que se cultivan desde la época de la colonia y como decía Sarmiento, “eran de crecimiento espontáneo” por los buenos resultados que daba. La Comisión de Fomento recomienda el cultivo de la morera y el gusano de seda. Incentiva los viñedos, las legumbres, los olivos, y el tabaco. Hay que decir que ya los isleños venían experimentando con todos estos cultivos con diversos resultados.
            Por el río Carabelas, el ingeniero Antonio Gil conoció un Delta diferente. Se dio cuenta de que las inundaciones frecuentes que sufría la Primera Sección no repercutían allí con la misma intensidad. Además refleja ya la transformación que se venía haciendo en la geografía de las islas: “Hace 17 años que los habitantes de Carabelas no han sufrido desastre alguno por causa de las mareas, y no hay duda que si hoy (1894) se repitieran las grandes crecientes del Paraná, sus efectos no serían tan destructores como en otras épocas debido a los numerosos zanjeos.”

Por el informe de Gil se conoce que en el Delta medio hay ganadería desde el siglo XIX


            Por el Carabelas Gil encuentra algunos sembrados de cereales en los albardones y muy pocos frutales. Como muchos que luego se desengañaron, dice: “una cuadra de maíz tiene un rendimiento medio de 3000 a 4000 kilogramos”. Ya vimos en números anteriores la frustración de los gringos ante las mareas que destruían sus granos. Adentrado en las islas, encuentra que muchos isleños criaban ganado ya en desde esa época en el Delta, actividad que hoy desde algunos sectores es cuestionada por el impacto ambiental que provoca. Ya en esa época Gil consigna unos “5000 vacunos, 200 caballos, 200 porcinos y 200 ovinos”. También menciona la existencia de “lecherías” que elaboraban quesos en el lugar. Al ver muchas tierras improductivas fiscales, Gil recomienda dividirlas en quintas de 50 a 100 hectáreas y entregarlas a los productores.
            En su recorrida por el Carabelas, el comisionado del gobierno de Buenos Aires encuentra  fábricas de tejas, ladrillos y baldosas. “La primera de éstas fue fundada en el año 1877 por Leopoldo Pruedes. Fue este señor que promovió la apertura de Carabelas hasta Paraná Guazú”. Este mismo isleño había intentado la fabricación de café de achicoria cultivando la variedad de Magdeburgo. Es notable que hoy en día existan todavía en pie viviendas hechas con los ladrillos y las tejas que hacían estas fábricas. Incluso pueden verse ladrillos con los apellidos de los compradores grabados, o de los propios fabricantes.


Los fabricantes de ladrillos podían grabar el apellido del comprador en ellos.


            Gil relata que esa zona de las islas era la que abastecía de papas a la ciudad de Buenos Aires algunos años atrás, pero que a causa de bajas de precio e inundaciones, una gran parte de los isleños que producían este cultivo emigró, y los que se quedaron se dedicaron a la fruticultura. Veremos que años más tarde, la misma causa –caída de precios por competitividad de otras zonas e inundaciones- sería la muerte de la fruticultura y la emigración de estos pobladores.
            En diciembre de 1894, el ingeniero recorre la zona de Miní, Chaná, Barquita y Paycarabí donde encuentra gran cantidad de plantaciones de frutales y álamos. Allí Gil nota que se trata de una región de islas bajas, por lo que recomienda “abrir canales que lleven las aguas de los repuntes para adentro a fin de hacer que crezcan estas tierras” (por la sedimentación). Además recomienda el uso de endicamientos. Si bien no encontró plantaciones, imagina que esta región “sería óptima para el cultivo del arroz”. Aquí sí menciona el funcionario a los durazneros, “que ocupan en las quintas grandes extensiones gracias a la fácil multiplicación y al buen precio”.
            Antonio Gil termina su informe de 1894 alarmado por la incomunicación en la que se encuentran los isleños del bajo delta: “Semanas enteras permanecen las embarcaciones en la desembocadura del Paraná Miní, sin poder salir por falta de agua, y tanto la fruta como las legumbres que tan bien se producen en los albardones de estas islas, se pierden por la razón apuntada. Sería necesario el dragaje de una boca cualquiera, pero la más indicada sería la del Paraná Miní.”

            Pese a algunos desconocimientos de la región, y a las objeciones de que fue blanco el ingeniero Antonio Gil, debemos reconocer que su informe es gran valor histórico, ya que nos permite reproducir una época de las islas que ya no está. En su detallado trabajo vemos el inicio de la edad de oro de la producción en las islas del Delta, con su diversificación a variadas ramas de la industria y el agro, y el empuje de los pobladores que fueron llegando a la isla en las últimas décadas del siglo XIX. También podemos ver que muchos problemas que aquejaban a los isleños de entonces, como el de los dragados de arroyos y canales para sacar los frutos del Delta, según denuncian actualmente los productores en populosas asambleas, continúan sin resolverse hasta el día de hoy.

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