El haiku es un antiquísimo poema japonés. La regla clásica dice que tiene tres versos de 5-7-5 sílabas, aunque los grandes maestros de este género poético han roto este esquema todas las veces que han querido. Lo importante es el espíritu de esta forma poética; en ella, los poetas buscaron la ínfima brevedad de lo presente, atrapar lo efímero que escapa a la percepción de hombre común, para inmortalizarlo en la esencia pura, sin ningún agregado que ensucie a la realidad cubriéndola de palabras.
El haiku está embebido de taoísmo y budismo zen, de la sensibilidad de quien está Atento, Presente, del que “está en lo que hace”. Es también una forma de meditación, de aguzar los sentidos para percibir sin intermediarios la realidad que nos circunda. También lo es para quien lee haiku, ya que, para conectar profundamente con el poeta, el lector también ha de leer en calma, Atento, casi desmenuzando los sonidos del lenguaje e intentando “ver” también él aquello que conmovió al poeta y lo llevó a escribir. El lector “crea” haiku leyendo.
“Haiku es simplemente
lo que está sucediendo en éste lugar,
en éste momento”
(Matsuo Basho)
Ruge el viento;
agita los juncales.
¿O es que bailan?
***
Hipnosis fugaz,
Olor de salamandra,
Placer invernal.
***
¡No, mariposa!
¡Vives sólo un día!
¡No hay Bien ni Mal!
***
Lirio de barro,
El sol en tu corona
Entre el pajonal.
Canta el viento.
Entre el cañaveral
se oye su voz.
***
Mira de cerca,
en mis ojos podrás ver
el Universo.
***
Grillos y sapos,
la orquesta natural
da su concierto.
***
El campo truena;
caballos en la tierra...
Olor a lluvia.
***
El charco tiembla,
Pileta de gorriones
En verano.
***
Calla la noche;
afuera duermen sombras.
Grita un caburé.
***
Sólo en quietud,
-mira sino al charco-
te aclararás.
El río corre.
Sobre la estaca un biguá,
el alma quieta.
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