Editorial
SE VA LA PRIMERA
Comenzar
y mantener en pie un emprendimiento económico siempre fue difícil en las islas
del Delta. Ya lo entendía y explicaba Sarmiento en las páginas del “El
Carapachay”.
Es conveniente, en principio,
tomar la postura de “no innovar”, para observar y evaluar la dinámica social y
natural del lugar que, hasta ahora, eran prácticamente los únicos
condicionantes para llevar adelante alguna actividad comercial. Hemos visto
fracasar durante años la puesta en marcha de ideas que, o bien por tener una
mirada continental o por delirantes, acababan por desgastar al emprendedor, que
perdía sus energías frente a los factores climáticos, de comunicación o
simplemente por chocar contra la idiosincrasia de los isleños y visitantes que
se negaban a recibir ciertas propuestas.
No es lo mismo tener un negocio
en continente que tenerlo en la isla y eso no hay forma de que sea entendido
por los gobernantes. No hay forma. Aquí perdemos días de trabajo por lluvias,
mareas o cataclismos varios. Si hemos intentado hacer las cosas bien y tenemos
algún, o algunos empleados a cargo, hay que pagar igual. Llueva o haya marea
hay que pagarles. Aquí el costo de los fletes se duplica por la incorporación
de un transporte más: la chata. Aquí no tenemos canales de comunicación para
vender nuestros productos, si ni siquiera andan los teléfonos e internet es un
lujo de pocos. En la ciudad, si llueve o
no llueve, si hay crecida o no, las actividades se siguen desarrollando de
cualquier forma y no hay que pagar a empleados (involuntariamente) ociosos por
cuestiones climáticas. Si el teléfono no anda la gente va a un locutorio y si
no hay Internet a un ciber. Acá nos
comemos los codos pensando en cómo es que vamos a vender nuestros productos si
no funcionan los teléfonos.
Todo esto sin contar el esfuerzo
sobrehumano de mantener un monte que se nos viene encima, de levantar todo un
comercio por la llegada de la marea, de los cortes de luz y de la baja tensión
permanente que impide el funcionamiento de las máquinas industriales, de tener
que instalar costosas torres para intentar establecer comunicaciones, etc., etc.
Y es una mentira decir que en todos lados existen estos problemas energéticos o
de comunicaciones porque como acá, apenas cruzando el Luján, nada funciona tan
mal. Esto sucede a quince minutos de Tigre, no en la Tercera Sección de Islas.
Una institución isleña ha
cerrado sus puertas hoy. Sabiamente sus responsables han dicho basta, tal vez,
en el momento justo. Han puesto en la balanza muchas cuestiones, la última de
ellas (lo especulamos) ha sido la sanción de las ordenanzas del Plan de Manejo,
que niegan este tipo de comercios– industrias en esa zona de islas. Varias
veces fueron clausurados por cuestiones relacionadas con su habilitación (que
estaba en trámite pero nunca se obtenía) por la Municipalidad de Tigre a
pesar –vaya rareza- de haber sido uno sus
proveedores.
Podemos convivir con la
naturaleza perfectamente aunque resulte duro, vemos esa convivencia en el
trabajo que realizan los productores forestales, pero no podemos luchar contra
la horca que nos impone el estado Nacional, Provincial y Municipal que no
comprende que las actividades económicas que se desarrollan en nuestro Delta
deben ser fomentadas en vez de desalentadas con impuestos, multas, trabas y
sanciones. Se nota que cada vez va a ser menos el espacio para el pequeño y
mediano emprendimiento familiar isleño. En vez de esto, el camino está allanado
para que haga su ingreso el foráneo fashion o la empresa constructora que pueda
cumplir con todos los pagos y exigencias requeridas.
Hoy nos jodimos todos, los
carpinteros que teníamos la posibilidad de comprar en la isla, tomar un mate y
conversar largamente como vecinos con nuestros comerciantes y hasta el “Boletín
Isleño” que ahora tiene un auspiciante menos, la pionera y querida: Maderera
Los Negritos.
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