No muchas
son las personas que honran su vida pasada. El “Pomo” Maisteguis, sí. Había
sido en los años cincuenta fundador del M.A.I. (movimiento anarquista isleño) y
el responsable de que la policía y la prefectura no metieran las narices en su
comunidad habitada por gente floja de papeles, o escapados de países
limítrofes, o artistas que las ciudades terminan escupiendo. Su coraje era
respetado y temido, también su silencio y su soledad. Los años pasaron y los
viejos militantes del M.A.I fueron abandonando las islas; no eran más de
quince, pero conformaron una hermandad bajo los sauces, discutiendo
restauraciones, deudas pendientes, o estrategias para disciplinar a los
uniformados. Tenían algunas armas que compartían y algunas mujeres que iban
cambiando de rancho y de hombre, recibiendo de distintas bocas las doctrinas de
Mijaíl Bakunin.
Ya retirado
de aquellas actividades belicosas el “Pomo” Maisteguis vivía sin ser visitado.
Sus dos hijos habían muerto y quedaba nomás un viejo amigo anarquista, “el
Gabriel”, con quien ya no hablaba.
En el último
diciembre lo sorprendió la llegada de un trucker a su muelle. Tres jóvenes que
no parecían de las islas descendieron con carpetas y celulares trayendo una
propuesta para la compra de su rancho y de sus tierras. Venían con una oferta
tentadora: tres veces el valor de toda su quinta. El “Pomo” Masiteguis dejó que
los muchachos hablaran. Los llevó a ver los árboles, el galpón, la quintita,
las embarcaciones en desuso pero fuertes aún, los motores, sus herramientas,
los frascos con los clavos y las tuercas, los 16 filtros de barro activos, los
animales, presentándolos de a uno como un maestro de ceremonias. Abrió el álbum
de fotos con los quince compañeros sentados bajo los sauces, sus hijos, su
mujer y el tomo uno, apolillado, de Bakunin. Los del trucker recibieron como
respuesta un “no” rotundo. Maisteguis no vendía. Los del trucker subieron la
apuesta. ¿Qué habría en esas tierras? -pensaba “el Pomo”-, ¿por qué tanto
interés en esos jóvenes que claramente no eran de las islas?-.
Los del
trucker tenían que resolver su negocio ese mismo día: la oferta no era de ellos
sino de “Bacca”, un importante inversor que tenía entre manos un gran negocio en
las islas. Bacca quería esas tierras. Los jóvenes del trucker recogieron las
carpetas, los celulares y se fueron con el “no” rotundo y masticado del viejo “Pomo”
Maisteguis. Nada había que pensar, los despidió desde el muelle como quien se
despide para siempre de una idea.
Al poco tiempo
supo que “el Gabriel” había vendido. Lo mismo pasó con sus vecinos de cada lado
y con aquellos que vivían en la orilla de enfrente. Todos sucumbieron ante el
fajo de billetes. Los jóvenes del trucker pasaban frente al rancho del viejo
anarquista y saludaban socarronamente con la misma sonrisa que ya les había
visto cuando les mostraba el álbum de su familia.
Todo el
mundo se deshacía de sus casas.
Llegaron
máquinas, guinches, dragas, plumas para levantar los terrenos aledaños. Se lo
empezó a ver al señor Bacca, de elegante sombrero blanco. Compró una casa
lindera al “Pomo” Maisteguis. Los jóvenes del trucker continuaban pasando,
levantando los brazos para el saludo y sonriendo socarronamente.
Llegó la
última propuesta, esta vez la llevó el propio señor Bacca, personalmente. La
cantidad de dinero ofrecido alcanzaba para vivir sus últimos años sin premuras,
inclusive con la posibilidad de comprar una buena casa en la primera sección. El
empresario terminaba sus frases siempre de la misma manera “hay que hacerse a la idea de que las cosas
cambian”… pero, para el “Pomo” los principios eran los principios. Maisteguis
le dio el último “no” rotundo y le prohibió a Bacca que volviera a pisar sus
tierras. Los del trucker se llevaron a Bacca sin perder la oportunidad de
saludar.
Al año,
desembarcaron más de cien animales en las tierras linderas, ahora rellenadas y levantadas.
Esos bichos no eran de la zona, ningún lugareño los había visto jamás.
Búfalas, animales
enormes productores de leche para hacer mozzarella: unas pelotitas blancas como
el sombrero de Bacca.
El terreno
del “Pomo” quedó más bajo que el resto, un pozo; lleno de agua en cada repunte.
El olor a mierda de las búfalas llegaba con todos los vientos hasta las propias
narices del viejo anarquista. Los perros las atacaban arrancándoles carne de las
patas y llevándoselas como trofeos a la cocina. El “Pomo” Maisteguis se sentía traicionado,
sus antiguos compañeros anarquistas habían negociado sus tierras, y él estaba
demasiado viejo para disciplinar al del sombrero blanco.
Una nueva
batalla, como en los viejos tiempos, pero ahora solo y cansado.
No necesitó releer
a Bakunin para visitar al señor Bacca; entró pateándole la puerta, le destrozó
la cabeza de un culatazo y dispuso de la inmensidad del monte para ocultar el
cuerpo. Al viejo fundador del M.A.I. le venían a la cabeza las palabras del
empresario “hay que hacerse a la idea de
que las cosas cambian …” – Y sí,
se decía el “Pomo” Maisteguis, van a cambiar…ellos querían la mozzarella de
búfala…ahora tienen la de Bacca…
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