miércoles, 15 de octubre de 2014

"LA RADIO DEL PATRÓN". Por Alberto Muñoz.

Alberto Muñoz es guionista, poeta, músico y escritor. Colaborador permanente del Boletín Isleño, todos los meses escribe especialmente para este medio sus "Historias Naturales". Ganador en 2001 del Martín Fierro con la histórica serie "Okupas", acaba de volver a ganar una estatuilla por sus guiones para "Junior Express" el programa para chicos que se emite por Disney Channel.





Aquí su relato del último Boletín de octubre.



La radio del patrón

Siguiendo los movimientos circulares de la lija pensaba que de ese modo había creado Dios los senos de las mujeres: blanquitos, circulares.

Mi abuelo fue albañil. Mi padre pintor. Yo aprendiz. Por ahora aprendiz de pintor en una empresa isleña llamada: La Barca (todo tipo de refacciones). El patrón me daba la tarea sucia pero a mí no me disgustaba el polvillo entrando en las fosas nasales, instalándose en el fondo de la garganta como una crema que había vencido cercana a la campanilla.

El patrón era bueno conmigo, me traía agua en una jarra, me dejaba cerca de la escalera del muelle las lijas y una radio portátil que sintonizaba una sola estación que daba noticias; estaba al tanto de lo que sucedía en el mundo aunque yo solo prestaba atención a las noticias locales que nunca eran de las islas: la muerte de algún desconocido para mí, el ascenso de algún desconocido para mí, la renuncia de alguien que nunca escuche nombrar; nada de las islas.
Estábamos preparando las cuatro paredes de un living grande de una casa cuyos dueños venían una vez al año necesitados de que todo estuviera impecable. Mi trabajo era rasquetear.

El dueño de la empresa isleña lo llamaba lijar, pero mi patrón rasquetear. Yo rasqueteaba cuando estaba mi patrón y lijaba cuando estaba el dueño de la empresa.

El trabajo era de lunes a sábado al mediodía. Después de ahí, no trabajar, no escuchar las noticias que nunca eran isleñas, un vacío que desaparecía cuando volvía a tener una lija en la mano y la nariz llena de polvo blanquecino.  

La mitad del sábado y todo el domingo dormía o deambulaba en canoa mirando los frentes de las casas, calculando el trabajo que llevaría preparar esas paredes para la pintura. El lunes a primera hora volvía la garganta a pedir, como supongo le debía pasar a los viciosos, más polvo blanco.

El techo lo trabajaba el patrón.
Mi trabajo era más humilde. Al final de la jornada barría con un escobillón lo que había caído del techo. Parte de mi trabajo consistía en apagar la radio, poner la jarra debajo de una canilla del patio y esperar pacientemente el comentario del patrón. Recién ahí el día terminaba para mí.
Al dueño de la empresa no le importaba ni mi patrón ni yo, a mi patrón le importaba el dueño de la pequeña empresa La Barca, y a mí, mi patrón, que me prestaba su radio para que pudiera enterarme de las noticias del mundo, nada de las islas, nunca había noticias de las islas: el “colorado” Rojas había pescado  más de veinte pejerreyes ¡y nada!, Romilda, la maestra había organizado un concurso de pintura ¡y nada!, el “rata” Flores  había desmontado los fondos de la Telesita ¡y nada!, Juan Almada estaba vendiendo su casa para irse a vivir a Esquina, lejos de las islas ¡y nada!

 Los locutores  hablaban de los accidentes de la Panamericana y esas cosas que yo escuchaba como viniendo de un planeta lejano.
El patrón se enfermó.

Lo esperé, siempre rasqueteando. Lo esperé un día, y otro, y otro, mientras tanto las paredes iban perdiendo ese blanquísimo que yo sabía darles con mi trabajo hasta tornarse rosadas, después anaranjadas y por último rojas, tomando el color del ladrillo.
El dueño de la pequeña empresa La Barca (todo tipo de refacciones) consideró que mi trabajo era bueno cuando estaba bajo el ojo del patrón, ya no había patrón, ya no había rasqueteador. El dueño de La Barca me despidió.

Al día siguiente la radio daba una noticia funesta, había muerto un hombre que yo no conocía. Lloré debajo de una casuarina la muerte de mi patrón, mi perro me miraba y yo miraba la radio que ya no transmitía nada. 

El patrón no vino más y yo no sabía a quién devolverle la radio. Me la guarde, no como un ladrón, sino como alguien que sabía que ya no iba a ser el mismo, rasqueteando, o lijando o llorando debajo de cualquier casuarina..

Con Okupas, protagonizada por Rodrigo de la Serna, Muñoz fue galardonado con el Martín Fierro en 2001



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