Alberto Muñoz es guionista, poeta, músico y escritor. Colaborador permanente del Boletín Isleño, todos los meses escribe especialmente para este medio sus "Historias Naturales". Ganador en 2001 del Martín Fierro con la histórica serie "Okupas", acaba de volver a ganar una estatuilla por sus guiones para "Junior Express" el programa para chicos que se emite por Disney Channel.
Aquí su relato del último Boletín de octubre.
La radio del patrón
Siguiendo
los movimientos circulares de la lija pensaba que de ese modo había creado Dios
los senos de las mujeres: blanquitos, circulares.
Mi
abuelo fue albañil. Mi padre pintor. Yo aprendiz. Por ahora aprendiz de pintor
en una empresa isleña llamada: La Barca (todo tipo de refacciones). El patrón
me daba la tarea sucia pero a mí no me disgustaba el polvillo entrando en las
fosas nasales, instalándose en el fondo de la garganta como una crema que había
vencido cercana a la campanilla.
El
patrón era bueno conmigo, me traía agua en una jarra, me dejaba cerca de la
escalera del muelle las lijas y una radio portátil que sintonizaba una sola
estación que daba noticias; estaba al tanto de lo que sucedía en el mundo
aunque yo solo prestaba atención a las noticias locales que nunca eran de las
islas: la muerte de algún desconocido para mí, el ascenso de algún desconocido
para mí, la renuncia de alguien que nunca escuche nombrar; nada de las islas.
Estábamos
preparando las cuatro paredes de un living grande de una casa cuyos dueños
venían una vez al año necesitados de que todo estuviera impecable. Mi trabajo
era rasquetear.
El
dueño de la empresa isleña lo llamaba lijar, pero mi patrón rasquetear. Yo
rasqueteaba cuando estaba mi patrón y lijaba cuando estaba el dueño de la empresa.
El
trabajo era de lunes a sábado al mediodía. Después de ahí, no trabajar, no
escuchar las noticias que nunca eran isleñas, un vacío que desaparecía cuando
volvía a tener una lija en la mano y la nariz llena de polvo blanquecino.
La
mitad del sábado y todo el domingo dormía o deambulaba en canoa mirando los
frentes de las casas, calculando el trabajo que llevaría preparar esas paredes para
la pintura. El lunes a primera hora volvía la garganta a pedir, como supongo le
debía pasar a los viciosos, más polvo blanco.
El
techo lo trabajaba el patrón.
Mi
trabajo era más humilde. Al final de la jornada barría con un escobillón lo que
había caído del techo. Parte de mi trabajo consistía en apagar la radio, poner
la jarra debajo de una canilla del patio y esperar pacientemente el comentario
del patrón. Recién ahí el día terminaba para mí.
Al
dueño de la empresa no le importaba ni mi patrón ni yo, a mi patrón le
importaba el dueño de la pequeña empresa La Barca, y a mí, mi patrón, que me
prestaba su radio para que pudiera enterarme de las noticias del mundo, nada de
las islas, nunca había noticias de las islas: el “colorado” Rojas había
pescado más de veinte pejerreyes ¡y
nada!, Romilda, la maestra había organizado un concurso de pintura ¡y nada!, el
“rata” Flores había desmontado los
fondos de la Telesita ¡y nada!, Juan Almada estaba vendiendo su casa para irse
a vivir a Esquina, lejos de las islas ¡y nada!
Los locutores
hablaban de los accidentes de la Panamericana y esas cosas que yo escuchaba
como viniendo de un planeta lejano.
El
patrón se enfermó.
Lo
esperé, siempre rasqueteando. Lo esperé un día, y otro, y otro, mientras tanto
las paredes iban perdiendo ese blanquísimo que yo sabía darles con mi trabajo hasta
tornarse rosadas, después anaranjadas y por último rojas, tomando el color del
ladrillo.
El
dueño de la pequeña empresa La Barca (todo tipo de refacciones) consideró que mi
trabajo era bueno cuando estaba bajo el ojo del patrón, ya no había patrón, ya
no había rasqueteador. El dueño de La Barca me despidió.
Al
día siguiente la radio daba una noticia funesta, había muerto un hombre que yo
no conocía. Lloré debajo de una casuarina la muerte de mi patrón, mi perro me
miraba y yo miraba la radio que ya no transmitía nada.
El
patrón no vino más y yo no sabía a quién devolverle la radio. Me la guarde, no
como un ladrón, sino como alguien que sabía que ya no iba a ser el mismo,
rasqueteando, o lijando o llorando debajo de cualquier casuarina..
Con Okupas, protagonizada por Rodrigo de la Serna, Muñoz fue galardonado con el Martín Fierro en 2001
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