Antonio
Gil recorrió el delta por primera vez en 1894, como vimos en el número
anterior, para elevar al gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Guillermo
Udaondo, un detallado informe en el que daba cuenta de la situación del Bajo
Delta.
Pero el ingeniero agrónomo no pudo
tomarse vacaciones. La explosión demográfica de la región, y la importancia que
tomó para las autoridades fue tal, que hubo que continuar las recorridas para
por los arroyos para profundizar el conocimiento del lugar.
El ingeniero Gil tuvo serias discusiones con una comisión de vecinos que refutaron varios puntos de sus informes
Entonces, en enero de 1895, Gil
volvió a embarcarse y partió hacia el laberinto de arroyos que había conocido
por primera vez el año anterior. Tomó por el río Luján hacia el Caraguatá hasta
un riacho que él llama de “Escobar”. Allí encuentra una mayoría de italianos,
ocupados en grandes y productivas quintas de hortalizas. Y el parte que Gil
eleva al Ministro Frers, muestra una época del Delta en el que al isleño le
resultaba más rentable este tipo de actividades que la forestación, a la cual
está dedicado casi por completo hoy en día (recordemos que la intención del
gobierno de Buenos Aires era fundar un polo forestal en la isla): “La creación de montes maderables con estos
(eucaliptus globulus) y otras esencias forestales,, tropieza en el país con muy
graves inconvenientes. Las condiciones económicas de la producción maderable
están en pugna con el interés particular, el cual encuentra mayores alicientes
y ventajas con la producción de otros productos agrícolas. Este espíritu
esencialmente utilitario que domina nuestra época es uno de los peores escollos
que se opone a la creación de los montes referidos.” Es sorprendente que un
funcionario que estaba en el Delta sólo por la necesidad que tenía un gobierno
de acceder a madera barata, critique el “utilitarismo” de los habitantes de una
región, que por supuesto, como en todos lados, se dedicarán a las actividades
que le resulten más rentables para poder seguir viviendo en ese lugar.
El gobierno de Buenos Aires buscaba una zona cercana que abasteciera de madera a sus mercados
En la zona inferior del Paraná de
las Palmas, encontró que las islas eran muy bajas, sometidas a las frecuentes
crecidas del río, y que los pobladores allí sólo tenían algunas plantaciones de
sauce y algunos pocos frutales. Allí se enteró por los carapachayos que había
existido un tiempo un vaporcito que hacía el servicio hacia esas islas, pero
que luego tuvo que desparecer porque no resultó viable. Luego Gil pasa a
criticar a los isleños porque cazan pájaros como calandrias, zorzales, horneros
y urracas.
Luego menciona la gravedad de los
incendios, y lo difícil que resulta contenerlos una vez que comenzaron. Dice
que las causas son la de “leñadores y la
población marinera que hace fuego en las riberas”.
Más adelante, recorriendo la Primera
Sección, menciona que tiempo atrás habían existido cuatro florecientes fábricas
de dulces, de las cuales luego quedaron tres. Gil Atribuye esa disminución de
la prosperidad a los mejores precios
que se pagan por la fruta fresca y por una “reducción
en el consumo de conservas y dulces”. Allí se encuentra la fábrica “Parodi,
Marini y Cía”., también “El Cazador” que produce unos 300.000 tarros de dulce
anuales esta fábrica se hallaba ubicada en el arroyo Espera.
Sobre el Esperita estaba la “Tigre
Packing”, una importante productora de conservas de la época de oro isleña, y
sobre el lujan encuantra Gil a la fábrica del señor Rumbado que se dedica al
dulce de membrillo. El ingeniero descubre una producción casera novedosa: “El único producto que el isleño elabora con
exceso es la sidra”.
Sobre el Esperita también se
encuentra Gil al señor Juan Hunter con uno de los únicos colmenares que vio en
su recorrida. También se soprendió al ver en el Carapachay el enorme viñedo que
allí tenía en su quinta don Juan Müller, ya conocido por nosotros, que se
encontraba atacado por una enfermedad.
En su recorrida por los arroyos
Morán, Felicaria, Estudiante, Paycarabí y Durazno, los encuentra cubiertos de “espadaña, juncos, totoras, paja brava y
colorada, plumacho. Es lamentable que estos productos no tengan hasta ahora
aplicaciones, porque podrían servir para la fabricación de pasta para papel,
junto con los sauces y álamos”. Aquí otra vez Gil se lamenta porque los
isleños son “utilitarios”, es decir, no hacen lo que es útil para él y para el
gobernador que lo envió. “Hasta ahora
sólo se multiplica en grande escala el sauce criollo, el llorón, el álamo de
Italia y el álamo Carolino”, cuenta el ingeniero agrónomo.
Gil da una importancia relativa a
los naranjos en el Delta, aunque sí consigna el gran número de limoneros, a los
que lleva a las cifras fantásticas de 6000 frutos por planta.
En su informe vemos tal vez el
primer conflicto de tierras registrado en las islas tras la ley de 1888. Muchos
isleños de expresaron su preocupación por que les quitaran las tierras
otorgadas por la cláusula que obligaba a plantar mil árboles forestales por
cada cuadra frente al río. Esta dura exigencia que evidentemente era difícil de
cumplir, muestra que ya desde siempre, y en todos los gobiernos, la necesidad
de madera barata para papel fue el motor de cualquier acción del estado en el
Delta.
Gil relata haber visto en la zona de
Otamendi, más de 20 kilómetros cuadrados cubiertos por Esparto. Dice esta que
esta planta es “utilísima” para cuerdas, cestas, esteras, y por supuesto, para
papel.
Cuando anduvo, por los arroyos
Correntoso, Naranjito, Camacho Borches, y Pantanoso, se asombró por la soledad
en la que viven los pocos isleños de esos parajes. Allí recomienda la
instalación de un “vaporcito” subvencionado para que esa población no quede tan
incomunicada, y pueda tener modo de transportar mercaderías y todo aquello que
necesiten.
Al encontrarse también con algunas
plantaciones de tabaco, expresa que “su cultivo puede efectuarse en las islas
con menores gastos y mayores probabilidades de éxito que en tierra firme”.
Hasta el ceibo virgen cae en la
imaginación del hambriento de papel don Antonio Gil: “son los árboles más abundantes, pocas aplicaciones recibe. Su madera
es muy blanda, fibrosa y esponjosa. Sin embargo, esta madera sería una de las
mejores para la fabricación de celulosa.”
El ingeniero agrónomo Gil fue un
exponente de la generación del 80, positivista, utilitarista y racionalista,
que no podía concebir nada que no se aplicase al “progreso”, tal como la élite
gobernante lo concebía. Y en ese momento, la creciente necesidad de madera para
papel –recordemos que en esos años, la población argentina había crecido al
doble debido a la masiva inmigración, se incrementó de manera astronómica.
Además debemos memoriar que para esos años se registran los mayores índices de
exportación de cereales, por lo que el suelo argentino era un perfecto
engranaje del imperio británico, que había decretado que la semi colonia
sudamericana debía proveer de carne y trigo al taller del mundo. Por lo tanto, la oligarquía terrateniente,
que no estaba dispuesta a ceder un palmo de terreno para otra cosa que no fuera
lo dictaba el Emperador, debió buscar la manera de procurarse una zona cercana
para hacerse de madera para papel, y así fue que la elite encontró la solución
a sus angustias: el Delta.
Exelente!!!
ResponderEliminarNecesito mas!!!! Jej
Mi nombre es Cristian y soy estudiante de arquitectura, en estos momentos me encuentro realizando un trabajo monográfico sobre el valor patrimonial arquitectónico de las islas del delta, y la información brindada por este blog en verdad a superado a la de muchos libros sobre historia a los que he consultado.
Me interesaría saber si tengo algún medio por el cual poder comunicarme con el responsable de este blog , para ver si no puede compartirme la información faltante, que seguramente vendrá en las entregas posteriores, pero en verdad la requiero en estos días.
Saludos atte. Crisitian.
P.D: una vez terminado mi trabajo y si sirve me gustaría compartirlo con esta comunidad isleña tan interesante.