Norberto Ralt es el creador de la "Crónica fabulósica" o "Sarassa", que ha revolucionado el criterio de "verdad" en la historia del periodismo.
Pocas veces me ha tocado en suerte escribir sobre un tema tan doloroso. No andaré con rodeos: El inmaculado “Ser Isleño” ha sido violado salvajemente sobre un lejano escritorio, en las distantes calles de la gran orbe. Nuestra identidad no ha tenido abogado defensor en este caso. Ni abogados, ni testigos, como le sucedió a Alicia. La nobleza del habitante ribereño quedó enterrada en las páginas de un despectivo libelo escrito en forma despechada. ¿Cuánto tardarán en cicatrizar las heridas? Pues nadie lo sabe. ¿Cómo nos mirarán ahora quiénes no conocen nuestra bonhomía, el franco apretón de manos, el valor de la palabra empeñada, la calidez de la mujer delteña?
Norberto Ralt indignado ante la lectura ofensiva del libelo de Rabinolfi
Pido disculpas a mi comunidad por lo que voy a relatar, pero es
necesario poner en marcha el mecanismo de la Memoria en forma urgente. Es mi
intención que este relato se archive como un nefasto antecedente de
discriminación brutal. Aún así pienso: ¿qué dirá un “Bocha” Cenizo cuando lea
semejante infamia? Pido disculpas.
Cómo prólogo y a modo de defensa previa deseo relatarles un reciente
episodio que da fe de la nobleza que existe en el corazón de cada isleño,
ejemplo permanente de solidaridad, desinterés y altivez moral. No soy muy ducho
con la computación, es más, no entiendo ni jota de ese asunto. Varios lectores
me han preguntado: “¿Norberto, usted no tiene facebook? “Pues no. No tengo”, es
siempre mi respuesta. A partir de esto es que he decidido ingresar de una vez
por todas al, para mí, insondable mundo
de la cibernética, ¡y vaya que tuve suerte!
Un vecino nacido en la isla obró de gestor o facilitador y me procuró
una computadora Texas Instruments TI 99,
que me costó dos mil dólares. Es tan moderna que se puede conectar a mi
televisor color ITT Drean binorma a través de un simple cable coaxil. Por lo
que escuché la máquina estaría completamente actualizada para la navegación en
internet y otras importantes cuestiones que no alcancé bien a comprender. No
obstante esto, mi vecino se ofreció a realizar gratuitamente todos los trámites
burocráticos que implican la inscripción en Facebook y las presentaciones en
los organismos capitalinos, necesarias para obtener el permiso de “uso de
Internet”. Solo me cobró ochocientos pesos, que es lo que salen los sellados y el papeleo. Este noble
gauchazo del pajonal es el claro ejemplo del desinterés y de la solidaridad
isleña. Una vez expuesta esta suerte de defensa previa paso a relatar lo que no
dudo en calificar de infamia.
Rabinolfi: Algunas organizaciones que porfesan el "integrismo isleño" han lanzado un anatema sobre el letrado, y promueven su asesinato de parte de todo quien se considere "isleño de ley".
El protagonista es el encumbrado abogado de San Isidro, Ricardo
Rabinolfi, autor del libelo que descalifica obscenamente al honrado poblador
isleño. Según el prólogo el motivo de la publicación tiene que ver con el
desprecio que le han generado los isleños a partir de diversas relaciones
personales, laborales y sociales que logró establecer – como turista - a lo
largo de los años. En las primeras líneas podemos leer: “Cansado de que los isleños me garquen, mientan, roben y me acuesten
con presupuestos y trabajos jamás concluyen, es que escribo este informe
tendiente a divulgar los aspectos más despreciables de esta comunidad del orto.”
Luego continúa con una perorata de barbaridades insultantes referidas,
por ejemplo, al musical lenguaje que se practica en la región: “El isleño ha empobrecido la lengua de
Cervantes, acotando y suprimiendo su florida riqueza, limitándolo en términos y
deformando sus vocablos de manera perversa. En su diccionario figuran palabras
inexistentes que renombran a las cosas de manera distinta. (Ver diccionario
“Isleño – Español” Página 69.)” Cuando nos dirigimos a la citada página
podemos ver un largo listado de palabras con su “traducción” al “isleño”: “Canoa – Canoba”, “Canoíta – Canobita”,
“Gustavo – Bustabo”, “Rampa – Rampla”, “Ligustro – Libustre”, “Trakker –
Crakker”, “Marea – Mareba”, “Presupuesto – Por supuesto”, “Resbalar – Refalar”,
“Ramiro – Dalmiro”, “Prefectura – Subprefectura”, entre otras.
Acerca de su desenvolvimiento social expresa: “Como comunidad son una desgracia.
Se odian y envidian entre ellos. Profesan supercherías varias y para
protegerse energéticamente de sus pares realizan absurdas brujerías como lavar
motores y cascos de lanchas con vinagre o colocarles cintas rojas.” Más
adelante se refiere a algunas iniciativas comunitarias, una de las cuales es
desarrollada de la siguiente manera: “He
oído de un proyecto que busca crear una “bandera isleña”, pues yo les traigo
esta propuesta: el pabellón delteño, a diferencia de otros, debe ser más alto
que a ancho para poder albergar el dibujo que consiste en la figura de un árbol
enorme (tan alto como la tela del banderín lo permita) desde cuya copa o punto
más elevado un isleño defeca sobre la cabeza de otro que se encuentra en el
suelo. Encontraríamos de esta forma una buena síntesis de lo que representan
como comunidad.”
Es
grande el tiempo que se ha tomado en desarrollar el aspecto laboral de los
isleños, ítem al que le da mayor trascendencia que a otros. Así es que en otra
de las páginas vomita algunos pensamientos y los justifica diciendo que el
motivo es el de: “haberme sentido víctima
durante años de esta banda de borrachines, tramposos, vagos y pendencieros.” A
cerca de nuestra relación con los clientes escribe: “Llaman al cliente “patrón”… El dueño del terreno en donde corta el
pasto, realiza podas, zanjeos, es nombrado “patrón”. Tienen un extraño y
confuso desarrollo de sus razonamientos por ejemplo cuando manifiestan tener
“la orden de un patrón” para utilizar alguna herramienta o máquina propiedad de
éste. Varias veces he conversado con
isleños, que tienen en guarda las llaves de alguna casa de fin de semana para
solucionar cualquier eventualidad que surja durante la ausencia de sus propietarios
y necesitan, por ejemplo, “utilizar” alguna de sus herramientas. En ese caso no
tienen “el permiso” de sacar un pala, tienen “la orden”. Es curioso cómo se ubican solos en la
jerarquía de un esclavo cuestión que no garantiza que terminen jamás un
trabajo. En esta instancia somos nosotros los que seremos esclavos de su
holgazanería y víctimas de sus mentiras…. Poseen verdadera veneración por el
patrón que es militar y da “ordenes” en vez de “permisos”, cosa que, como
manifesté anteriormente, no garantiza que el isleño cumpla satisfactoriamente
con sus trabajos, que jamás concluye. Prefieren al Doctor que al escritor, un
abogado a un arquitecto, al integrante de alguna fuerza armada que al
comerciante.” Más adelante insiste con su falaz argumentación: “Pueden suceder dos cosas: que al cliente lo
traten con desprecio o que lo veneren estúpidamente según la profesión que
desarrolle en la vida. Así serán valorados ciegamente quienes se desempeñen en
algún organismo militarizado u ostentaran algún cargo público relacionado con
la seguridad. ¿Será por eso que tantos “turistas” – como nos llaman
despectivamente – dicen trabajar en la SIDE?”
Incurre en la calumnia cuando manifiesta que: “Cuando comienzan un trabajo jamás lo concluyen. Pueden pasar semanas,
tal vez años, especulando con la prescripción de su delito. El cliente,
desgastado por las múltiples e imposibles justificaciones que recibe se da, al
fin, por vencido y se resigna a no ver avance alguno en el trabajo por el que
pagó en forma adelantada. Los ardides y excusas son de un amplio espectro,
comenzando por los que responsabilizan a factores climáticos como la marea, la
lluvia, la niebla o la bajante. Últimamente los cortes de luz figuran entre el “Top
Five” de las excusas isleñas que intentan explicar porqué una obra no se
finaliza a pesar de que los plazos se han extendido en forma alarmante. Cada
oficio tiene su “trampa”. El parquísta va reduciendo la superficie a cortar
cada vez más, achicando los terrenos a dimensiones irrisorias. Un –mal llamado-
“turista” llegó a tener un parque de un metro de ancho por diez de largo, que
resultó un simple caminito. La técnica es la siguiente: consiste en ir
achicando los límites de los terrenos: Las habituales ligustrinas que ofician
de medianeras son un juntadero de ramas que, en vez de barrer o rastrillar,
evitan alcanzar con la desmalezadora, por lo que entre ellas crecen altos
pastos. Al mes siguiente se han juntado por delante del pequeño pastizal más
ramas y mugre que tampoco rastrilla y que evita también cortar. Esto ocurre en las
cuatro direcciones por lo que la superficie a cortar se reduce a un cincuenta
por ciento a lo largo de un año. En dos o tres años no hay parque que mantener.
Un pastizal se ha tragado a la casa y hay una mosquita da fuera de serie. Tan
solo ha quedado un camino que justifica el cobro del dineral que le están
sacando. Si lo cambian por otro “trabajador” lo roban, o le incendian el
rancho.”
No obstante la alarma que produce la lectura de estas líneas más
adelante se atreve a cuestionar la existencia de nuestro espíritu mismo, el “Ser
Isleño”: “Se quieren hacer los místicos y
están buscando al “Ser Isleño” pero, ¿a que se refieren con el “Ser Isleño”?
¿Es un espíritu, un ángel o más bien el demonio vago y timador que llevan
adentro? ¿Se trata de una entidad incorpórea o de un “Ser” huidizo y aberrante
como el Yeti, el monstruo de Loch Ness, el Chupacabras o el Sasquatch? Pues si
es así, le pago veinte pesos al que me lo traiga cuereado y lo tire en la
puerta de mi casa. En todo caso: ¿De qué carajo hablan cuando lo nombran?
Porque no se les entiende una goma.”
Para esta altura ya es imposible continuar leyendo. Cada palabra es
una cuchillada certera (aunque artera) asestada en el corazón isleño que
palpita y se desangra. Da ejemplos de “supuestos” ardides de constructores: “a un cliente unos carpinteros no le
pusieron ni zapatas, total, como no se ven y nadie va a ir a tantearlas….”. Son
revulsivas las consideraciones para con la mujer isleña, noble y esbelta luchadora,
madraza de los humedales: “Una vez fui a
un acto escolar en donde se realizaba una suerte de desfile que pretendía
mostrar los diversos aspectos de la miserable vida isleña. Un grandulón con
bigotes de unos veintitrés años –que aún cursaba séptimo grado- leía con
dificultad un texto de lo más básico. El mameluco nombraba a los junqueros y
pasaba un viejo que no podía ni caminar con un machete en una mano y un mazo en
la otra, hablaba del “chatero” y desfilaba, lastimoso, un hombre con un
barquito hecho con cartón alrededor de su cuerpo. Si decía el nutriero se
mandaba, a destiempo, un tipo con unos peluches atados con alambre. Todo era
malísimo. En eso le tocó el turno a la mujer cuando la presentó diciendo: “Ahora
verán la gracia y la dulzura de la dama isleña.” Así pasó a mi lado una mujer
horrible. Un tanque arrasando las
baldosas con las chancletas como si fueran orugas. Llevaba dos pibes
colgados y uno a la rastra agarrado de la pierna, al que, cinco minutos antes
le había aplicado un fuerte golpe en el parietal derecho y un cachetazo en el
medio de la trompa.”
También se refiere a un sector de la comunidad de reciente, colorida y
simpática aparición, que se ha adaptado sin problemas a nuestra dinámica social,
que acumula unos ciento cincuenta años: “Andaba
remando por un arroyo y…. ¡Mamma mía!, había más hippies que en la trasnoche
del Cine Lara cuando daban “La canción es la misma”.
El epílogo es contundente cuando, como corolario de la defenestración,
Rabinolfi sentencia: “El isleño es malo.”
Conocido el contenido del libelo, la Asamblea Isleña, que vela
omnipresentemente en todos los arroyos por el bien común, salió diligente hacia
el INADI para formular la correspondiente denuncia.
Frente a tanta porquería, las palabras huelgan, como huelgan – o
huelguean- los docentes. En medio de las crisis intestinas que nos atraviesan y
de los problemas intestinales, que sufren día a día miles de isleños como
consecuencia la formación de gases ventrales, el libelo cayó como “normativa al
dedo” y logró la esperada unión vecinal que se tradujo en un masivo repudio
frente a las oficinas del autor, en San Isidro, previo corte de la Cazón. Luego
de las presentaciones judiciales por calumnias e injurias, el abogado
Rabinolfi, se negó a declarar amparándose en la quinta enmienda constitucional.
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