Por J. B. V.
La cárcel del consumismo.
Simple.
Simple,
profundo, despojado, claro, sin vueltas, esencial, sin adornos, sin
afectaciones, recto, sin maquillaje. Así por lo general me
atraen las cosas: la literatura, la música, el pensamiento y la espiritualidad.
Así
son el Evangelio bien entendido, el Taoísmo y el Gandhismo, las tres
principales vertientes de donde se surte mi espíritu.
Lo
retorcido tuerce, lo que tiene vueltas marea, lo complicado complica y lo
excesivamente adornado impide ver la esencia.
Lo
popular suele ser simple también. Esa magia indescifrable entre artista y
pueblo. Hasta el Boletín Isleño tiene algo de esto. Es simple, claro, sin
afectaciones de intelectualidad ni sofisticación. Acá hemos logrado un espacio
donde se escribe fácil, para todos, de manera sencilla y frontal.
El
haiku es simple. “Es lo que está
ocurriendo en este lugar, en este momento”, decía Matsuo Basho, el más
importante poeta de este estilo japonés.
Y
para meternos en nuestra monotemática obsesión, un rasgo de nuestro buscado ser
isleño, podría ser la simpleza también. Un tipo humano más animal, más vivo, en
contacto con sus propios sentidos que se encuentran despiertos y no
anestesiados de urbanidad. En permanente relación con la naturaleza casi sin intermediarios,
silencioso como un arroyo, sin espamentos; un sí, un no, una línea recta, una
meta. Sin mucha vuelta, el isleño va a las cosas, o las cosas vienen a hacer
con él.
No
es lo mismo fácil que simple. Lo simple en muchas ocasiones suele ser trabajoso,
esforzado. Cuesta mucho trabajo ser simple. Simplicidad es ser el productor de
sus propias cosas necesarias. Fácil es comprarlas si se tiene el dinero. Pero
complicada es la interminable cadena de cosas que hay detrás de cada objeto que
compramos y no vemos: extracción de materia prima, traslados por todos los
mares del globo, explotación, contaminación, engaño publicitario. Simple es
hacer uno mismo, fácil pagarle a otro.
El
camino fácil anestesia nuestra voluntad y nuestros sentidos. Corre de a poco el
criterio de lo verdaderamente necesario hasta hacernos caer en el extremo que
es el consumismo actual. El facilismo es la puerta al nuevo Culto 2.0: la
religión de la Absoluta Comodidad. Sus dioses: las Cosas. Sus templos: los
shoppings. Sus sacerdotes: los publicistas. El pecado original: no necesitar,
ser simple.
Si
intentáramos producir nuestras propias cosas como lo hacían nuestros viejos
isleños, nos daríamos cuenta de lo innecesario y superficial de la mayoría de
nuestras necesidades y nuestros consumos. Gandhi decía al respecto: “Aún si a pesar de no cumplir al pie de la
letra la ley del sacrificio, realizamos suficiente labor física para ganarnos
el pan de cada día, nos faltará recorrer un largo camino hasta lo ideal. De
hacerlo, nuestras necesidades se reducirían, nuestro alimento sería simple.
Entonces comeríamos para vivir, y no viviríamos para comer. Todo aquel que dude
de la exactitud de esta proposición, que trate de trabajar por su pan. Obtendrá
el mayor goce del producto de su trabajo, perfeccionará su fe y descubrirá que
muchas de las cosas que antes tomaba eran superfluas.”
En
la isla tenemos suficiente tierra para producir nuestras propias verduras y
algunas de nuestras carnes. Inténtese producir sus propios alimentos. Nos
daríamos cuenta de la cantidad de horas que destinamos a trabajar para ganar
dinero para satisfacer inútiles y ficticias necesidades. Vivimos dentro de una
Ecuación de la Infelicidad: Creencia en necesidades falsas = Excesivo trabajo
para satisfacerlas + peor calidad de vida + depresión + estrés = más trabajo
aún para gastos de psicólogos y medicamentos - tiempo para las cosas que nos
hacen felices + miedo y angustia de perder las Cosas obtenidas con todo ese
esfuerzo y que creemos que son tan necesarias.
Existe
un Orden, una Corriente natural que funciona sin necesitarnos para nada. El
hombre sabio es el que es capaz de entender su mecanismo, su tiempo, su ritmo, y
no intervenir en absoluto, torpemente, corriendo detrás de sus objetivos
ilusorios, que no son más que su propio ego y estupidez. El sabio, simple, se
limita a acompañar su propia esencia y la esencia de las cosas. La humanidad
actual rompe permanentemente la armonía haciendo, estorbando, interfiriendo,
boicoteándose a sí misma por no querer frenar a Observar y entender lo simple
que es todo, si dejamos de complicarlo metiendo siempre nuestro Yo desesperado
y atolondrado en el medio.
Lo
que tenés te tiene. Un verdadero hombre libre es un hombre simple, que no
necesita nada. Un rasgo de la identidad nuestra es necesitar pocas cosas, y
arreglárnoslas solos. Así lo vio el periodista Roberto Arlt en 1941 cuando pasó
fugazmente por el Delta y escribió: “El
delta argentino es uno de los pocos lugares del mundo donde aun queda un puñado
de hombres libres”.
Tendremos
un Delta Autónomo y feliz cuando comprendamos que nuestras necesidades son
pocas y simples: salud, educación, transporte, y un espíritu de austeridad que
nada tiene que ver con las luces del centro. Si la isla que tenemos en mente es
una que tenga un standard de vida urbano, lleno de necesidades falsas pero bien
satisfechas, habremos sido “expulsados del paraíso” como Adán y Eva; habremos
quebrado nuestra ecuación de simpleza e ingresaremos de lleno en la otra,
cayendo así en la acertada sentencia budista: “la raíz de todo sufrimiento es el apego”. Será así, ya sea porque
no logremos satisfacer las necesidades que falsamente creemos tener cayendo en
la frustración; o porque sí lo conseguiremos (¡que la Fuerza nos guarde!) y ese
habrá sido el día de la muerte del Delta.
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