sábado, 31 de julio de 2021

 

Norberto Ralt

A mi buen vecino Héctor Pérez Lovecraft

LA DANZA DE LOS VAMPIROS 

Por Norberto Ralt

En el número pasado del excelente, soberbio y magnánimo “Boletín Isleño” conocimos la historia de aquel prohombre llamado Sandor Mikler. Luchador infatigable de la causa isleña, Mikler abrazó con pasión ideas relacionadas con la libertad, el trabajo, la identidad y la autonomía de ésta, nuestra región submarina. Fue así que promovió la formación del “Primer Congreso Isleño”, en 1936, dando origen al día en el que todos celebramos nuestra pertenencia al río, el 31 de Octubre “Día del Isleño”. Había venido de Europa pero, una vez adentrado en los pajonales, el hombre olvidó prontamente a su Transilvania natal, tenebrosa región a la que abandonó siendo apenas un mozalbete. 

            Ochenta años después del arribo de Don Sandor al Delta recibimos, como si se tratara de la llegada de un profético mesías, el desembarco de su tataranieto, Igor Mikler. Igor manifestó, a poco de haber llegado y en un español algo grotesco que: “historias de abuelo en isla, famosas en Rumania. Yo querer recuperar su obra, movilizar producción, unir trabajador y soñar con autonomía política.” También subrayó que
: “Transilvania, fea la situación. Muy jodido vampiros. Pican!”

            Se conoce que, en las ominosas protuberancias rocosas de Transilvania, la situación no es la mejor. El acuerdo de precios entre el gobierno Rumano y los supermercados chinos no se cumple, la inflación real no se condice con los índices oficiales, el clima es destemplado y brumoso, entre otras calamidades. Pero los problemas que padecen los habitantes de esta mítica región europea no terminan ahí, Igor asegura que el permanente aullido de lobos y los horrendos gritos de espanto que se escuchan durante las noches hacen que resulte imposible conciliar el sueño, por lo que el stress resultante de dicho padecimiento es una de las principales causas de suicidio entre la aterrada población. Tampoco se ven, por esas latitudes, ni lanchas colectivas ni pintorescos botes de paseo como los que navegan por nuestros ríos, sino que, de vez en cuando, flotan imposibles, ruinosas carabelas de maderamen putrefacto, tripuladas por fantasmas en busca de cerebros.


Sandor Mikler, inmigrante, periodista
 y luchador de la causa isleña -1936-

Haciendo honor a su tradición de comarca maldita y no conforme con todas estas desgracias, en pleno 2013 los vampiros andan a la orden del día en la arcaica Transilvania, picando y jodiendo a medio mundo. “Vampiros ponerse jodidos. Yo cansar de que me chupen sangre y venir a isla a vivir como abuelo, en libertad.” Según Igor: “En último año vampiro colar tres veces por ventana y querer picar”, e insiste: “querer chupar sangre mía noooooooo, vampiro malo… ¡pica!” Mientras habla, su aberrante y antiterrenal relato es acompañado por gestos indescriptibles que pretenden graficar el ataque de esas innominables y membranosas entidades del infierno.

            El pobre cristiano que es mordido, finalmente queda condenado a la eternidad de una muerte en vida. La corrupción de esos cuerpos sin alma en permanente búsqueda de sangre, puede olerse en kilómetros a la redonda. Vale decir que no está bueno vivir en la pútrida Transilvania. Tal vez ese sea el principal motivo por el que Igor Mikler emigró y buscó refugio en los pagos del abuelo que, con la pluma y el machete, forjó la idea de la autonomía isleña.

           

El hogar de Igor en las blasfemas 
montañas de la locura
Durante los primeros meses de estadía en nuestro país el muchacho compró un traker con un cuarenta caballos y una quinta en la Primera Sección. Reparó la vieja casa isleña y el tractor “Fordson” con sus propias manos. Luego zanjeó y dejó el terreno preparado para la plantación del álamo, del americano y del mimbre, según las instrucciones dejadas por Don Sandor en su testamento. El espíritu del inmigrante se vio embargado y abrazado por el romanticismo de la vida isleña. Por las noches, el cuerpo y la mente descansaban en un colchón sonoro de grillos y ranitas muy diferente a los perturbadores y obscenos aullidos de horror a los que uno nunca se acostumbra allá,  en las brumosas montañas de la locura, al norte de todo, donde la malignidad se respira en el azufre enrarecido, en la Transilvania maldecida y exiliada de la cordura.

            Pero como lo bueno dura poco y como si la peste rumana hubiera viajado en la sangre de Igor hasta el Delta, sucedió un hecho dantesco: el municipio comenzó a hacer pie en las islas y el auspicioso inmigrante fue víctima de multas, sanciones, cobro de impuestos, aplicación de normativas, acusaciones de promover la anarquía, persecuciones, aprietes políticos, pedidos de soborno y hasta exigencias fiscales para poder dejar el bote atado al muelle. Nunca pudo volver a trabajar tranquilo y su rutina se vio modificada drásticamente cuando comenzaron los peregrinajes burocráticos por el “Templo de Black Sabbath”, como suele llamar ahora al edificio de la Municipalidad. Su plácido descanso languideció y jamás consiguió volver a dormir por las noches aterrado al escuchar, en lontananza, los ominosos motores de las lanchas de “Inspección General”, la blasfema sirena del “CHOT”, el sonido demencial de los engranajes de pata de los basureros y el errático y morboso derrotero de la lancha de la “Superintendencia de Islas”, tripulada por: “fantasmales representantes que, poseídos por los efluvios de un Baco impiadoso, habitan cuerpos cuya morfología malsana viola toda legalidad concebida en los tratados de anatomía.

Cuando Igor abandonó las islas se encontraba gravemente afectado por una misteriosa enfermedad nerviosa. Antes de regresar a Transilvania, entregó a sus vecinos y a los seguidores de Don Sandor dos fotografías suyas y una breve explicación que fue redactada en un dialecto improbable que incluía ideogramas y referencias a distantes planetas desde los que aseguraba provenía el mal cósmico sembrado en la isla, mucho antes de que existiera vida en la Tierra, o por lo menos las formas de vida que hoy conocemos. Un especialista en demonología de la Universidad de Machachuchens, el profesor Steinhardt, fue el encargado de traducir el escrito que, en la letra vacilante propia de un torturado, decía algo así:   “El hedor fantasma ha llegado hace millones de años -cuando todo era leve de suspensión- y por fin ha despertado. Si en Transilvania ya no se podía vivir, en el Delta menos. Solo Dios sabe cómo podrá perdurar esa población de pobres labriegos isleños. Si abandoné la putrefacción de las cumbres rumanas fue para iniciar una nueva y promisoria vida, cómo mi abuelo lo soñó. Pero acá, las fuerzas del mal son mil veces peores. ¡Oh, mi amada Transilavania, cuanto te añoro! Recíbeme en la podredumbre de tus valles, ¡abrásenme… mórbidos y nauseabundos bosques parlantes del horror! Quiero el beso de tus infectas sanguijuelas. ¡Cuánto prefiero los aullidos execrables, el rechinar nocturno de las criptas, los navíos fantasmales que todos ven pero no existen y los vampiros implacables, a la ignorancia… a la presión tributaria, recaudatoria y absurda en contra del pobre y embrutecido aldeano. Los protohombres han llegado en su barcaza roja y blanca. A su lado los horrores de Hampshire son los espíritus chocarreros del Chavo del 8. Junto a ellos los aborrecibles y amorfos Gknohk y Rjagath son Mingo y Anibal contra los fantasmas… al lado del Sarmiento que va a Merlo, el Tren de la Alegría de la placita de Almagro. ÉL ha despertado… el que no se nombra… el que se esconde al amanecer… el que susurra en la oscuridad… el que duerme bajo las piedras… el cazador en el centeno. ÉL (+A) ha despertado… ha sido maldecido por Dios seis veces antes ser enviado a su hibernación de eternidad… en una roca ígnea… hace millones de evos...  llamada… TIGRE.”

En una de las dos fotos que acompañan al poco comprensible texto puede verse al rumano trabajando en la quinta, al poco tiempo de haber llegado, sudando la gota gorda pero con la felicidad que solo puede proporcionar la libertad que se nos brinda, únicamente, en estas islas de oportunidades. En la siguiente toma Igor se encuentra realizando un trámite en los mórbidos mostradores municipales. Está lívido, ha perdido el peso y el cabello. Tiene la mirada absorta y sin brillo propia de un cadáver. No parece ser el mismo Igor al que todos conocimos. Lleva bajo el brazo un expediente con el que espera obtener un permiso de obra para levantar una parrilla y podar la Santa Rita. En su reverso escribió: “¡Adiós isleños! Me voy a disfrutar de la encantadora Transilvania, cómo si dijera: la asoleada California. Al lado de la realidad del Delta, morar en tus escarpados riscos, coronados por los buitres, es como vivir de vacaciones en Disneylandia. ¡Cuánto añoro tus ríos incandescentes de lava sulfurosa… llenos de sangre, cuando veo el Reconquista corrompido! ¡Ohh… Cuánta angustia da pensar en lo lejos que estoy de tu implacable clima venusino, con tus tornados plagados de macabros fenómenos magnéticos que pocas veces interfieren las comunicaciones, cuando acá, en el Delta, caen dos gotas y ya no tengo internet ni luz para el teléfono. ¡Cuánto extraño las sutiles y dulces mordidas del vampiro cuando acá, los del gobierno, además de chupar sangre, también te quieren romper el cu……! ¡Caguensé isleños, yo me vuelvo a Transilvania!” Sobre el final el tono insultante de la misiva produce tanta repulsión como desazón si recordamos el estado de angustia demencial y la deplorable degradación física en la que se encontraba Igor momentos antes de dejar el país.

Y nosotros… acá nos quedamos nomás. Creíamos que había llegado el mesías…. el Messi de la “Autonomía Política Isleña” para hacerle la “gambeta” a los señores de escritorio que pretenden gobernarnos desde el lejano pueblo. Pudo haber sido el “barrilete cósmico” de la reactivación forestal, pero no. Igor se marchó muy pronto, antes de lo previsto y nos dejó ese último insulto como aborreciendo nuestra maldita suerte.

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