lunes, 15 de septiembre de 2014

Dijo Juan Sin Ropa: "A la luz del progreso nadie podrá echarle un manto".

El Registro de Constructores Isleños que propone la municipalidad de Tigre. La invasión de concepciones urbanas en el Delta. La isla vista como un lugar que “vino fallado”, al que “le faltan cosas”.


Por J.B.V.


Si, esta es una nota amarga, sepa el lector dispensarme. Es que no sé si me ando poniendo viejo o la nostalgia me gana por lo blando. Hace algo de un mes y medio que nos hallamos inmersos en lo que se ha dado en llamar un “Proceso participativo” para que el paisano opine sobre las reformas a la normativa de construcción que está haciendo la municipalidad de Tigre. Una de ellas, la que más me ha hecho parar las orejas como carpintero y chúcaro que soy, es esto del “Registro de Constructores Isleños”.

Según parece va a haber que ir a anotarse allá en la ciudad para poder trabajar, aunque dice el texto del proyecto que será de manera gratuita. Es que no sabemos bien para qué va a servir el mentado listado. Hay que ir a demostrarles que uno sabe trabajar, - a ellos que hicieron esa ordenanza alucinógena que tuvieron que echar para atrás- y tener los “avales” –sea lo que sea eso- de algunos clientes para ser aceptado. Y hasta pueden borrarlo a uno del papelito si es que no va bien rumbeado.



El trabajo de “constructor isleño” es irregular, intermitente, y no conozco a ninguno que haya hecho plata seria realizando esta dura tarea en las islas.  Se hace un trabajito, se mecha luego con mil y una changas, hasta que se consigue otro.

Hasta hace cosa de un año, se trabajaba, mal que mal, de manera aceptable. El carpintero o albañil isleño hace las veces de arquitecto realizando planos, se ocupa de la logística, el trato y la negociación con los clientes, la contratación de uno o dos ayudantes, y trabaja todos los días en la obra con frío, marea, lluvia, bajante o calor sofocante.

Desde hace un año, cuando salió a la luz esa maldita Normativa que tanto ruido hizo en la comunidad, -y adentro del palacio de Cazón- y que tanto sirvió en su momento para que varios nos uniéramos y marcháramos a rechazarla para defender nuestra tarea y el derecho a tener una identidad laboral, que el trabajo, al menos para quien escribe, ha mermado de manera notable. La frase más pronunciada por muchos clientes es: “Por ahora no voy a hacer nada, vamos a esperar a ver qué pasa con eso de la normativa”. Si querían ayudarnos esos de la municipalidad, les rogamos que dejen de hacerlo, y se ocupen de sus propios asuntos que de los nuestros nos ocupamos solos.

Y todo me lleva al resto de la cosa: Luces en la costa, “materialización del camino de sirga” para que los turistas no se embarren las patas, “conectividad” (no sabemos qué es eso), cálculos aterradores que proyectan más de 300 mil personas en el Delta, pedido de cámaras, patrullajes, C.H.O.T., recolección de basura, y demás berretines que son propios del hombre urbano, que nada tienen que ver con la vida que al menos yo vine a buscar a estos pagos de agua.

Dicen los políticos y burócratas que han hecho mucho por la isla pero –temblamos- “que falta mucho”. También defienden como algo histórico y “fundacional” esto del Plan de Manejo. No me gusta la idea corriente en algunos de que el Delta es un lugar al "que le faltan cosas", de que es un lugar que tal como es "está incompleto", que "vino fallado", por lo que hay que intervenir permanentemente para arreglar problemas que nadie tiene, de que hay que "hacer cosas" como es el caso de la intención incomprensible de querer normatizar la construcción en la isla, por ejemplo. ¿Cuál era el problema tan grave, que hubo que salir a hacer ese adefesio llamado Normativa de Construcción? ¿Y cuál sigue siendo el drama, que una vez reconocido el error, se vuelve a la carga? En mi pobre opinión, el Plan de Manejo debía constar de un solo renglón: "Están prohibidas las urbanizaciones privadas en todo el territorio del delta". Punto final del “Master Plan” –como le gustaba decir a Sergio-. Para el resto de las cosas, ya existe legislación nacional y provincial, como lo demostró el fallo contra Colony Park. La extensa sentencia dice así sobre las leyes existentes: “En el orden nacional, es la Ley 25.675 (conocida como “ley General de Medio Ambiente”, la que en sus artículos 11 y 12 dispone para toda actividad que sea susceptible de degradar el ambiente, su sujeción a un procedimiento de evaluación de impacto ambiental, previo a su ejecución, imponiendo su estudio a las autoridades competentes, las que deberán manifestarse aprobando o rechazando el estudio, emitiendo para ello una “Declaración de Impacto Ambiental”.- Se ha dicho sobre el “Estudio de Impacto Ambiental”, que éste constituye una “…obligación ambiental básica de estudiar y difundir los efectos directos e indirectos, individuales y colectivos, mediatos e inmediatos, presentes y futuros de toda actividad susceptible de perjudicar al ambiente…” Es por ello que la ley provincial citada –Nro. 11.723- impone la obligatoriedad de contar con un estudio de impacto ambiental previo a todo emprendimiento que implique acciones u obras que sean susceptibles de producir efectos negativos sobre el ambiente y su aprobación traducida en una “Declaración de Impacto Ambiental” (Arts. 5 y 10 Ley. 11723).”

Pero sigo con otra cosa para no aburrir. Si, llegué aquí detrás de una vida sencilla, libre, fuera del sistema, sin cuentas bancarias, tarjetas de crédito ni oficinas, sana, sin contaminaciones ciudadanas, en un entorno natural, silencioso, aislado, deseando el anonimato, sin estar registrado en ninguna parte. ¿Es un pecado? Lo confieso sin pudor.
Ahora vienen a decirnos cómo tenemos que trabajar y a tomarnos examen. ¿Para qué va a servir ese registro? ¿Para recomendarnos? ¿Puede la municipalidad recomendar a gente que realiza las tareas de la manera informal en la que lo hacemos nosotros? ¿Se viene un “blanqueo” para poder trabajar? Y si usted no es amigo de ellos, ¿a qué lugar del listado lo mandan? –Y aquí no quiero pensar qué es lo que habría que hacer para figurar bien ubicado en esa lista y ser recomendado-.

En fin, suspicacias aparte, me duele muchísimo y lloro para adentro al estar asistiendo a la destrucción total, a los últimos gritos agónicos de esa vida libre, montaraz, anónima y sin contaminaciones modernas y posmodernas. Pienso que en la isla no hay que hacer nada más que lo que sus habitantes quieran hacer, y desde las autoridades (que deberían de una vez por todas ser isleñas, no citadinas) abrir todas las puertas que sean necesarias para el fomento de la economía de los isleños, desde un punto de vista isleño, no desde el de los inversores. Pero bueno, yo no entiendo nada de "progreso", y como diría don Ramón Mihura, estoy emperrado en ser un bárbaro.

            Se ha afianzado de parte de las autoridades –y de muchos isleños también, con perdón- la zoncera madre de la que hablaba Jauretche: esa sarmientina de “Civilización y Barbarie”. ¿Qué es esto? Así lo explicaba don Arturo: “La incomprensión de lo nuestro preexistente como hecho cultural o mejor dicho, el entenderlo como hecho anticultural, llevó al inevitable dilema: Todo hecho propio, por serlo, era bárbaro, y todo hecho ajeno, importado, por serlo, era civilizado. Civilizar, pues, consistió en desnacionalizar.” Siguiendo el hilo de Jauretche, civilizarnos equivale a “desisleñizarnos”.



            Y ya que estamos hilando palabras, todo esto del “Registro de Constructores Isleños”, me llevó inevitablemente, no sé por qué, a recordar aquella tristemente célebre “Papeleta de Conchabo” con la que se perseguía al hombre de la tierra. ¿Se acuerda? Esta es la definición que dice la internet sobre este asunto, y usted dirá si tiene o no algo que ver: “La papeleta de conchabo fue un documento de uso obligatorio para todos los no propietarios en edad de trabajar en las zonas rurales de la Argentina a lo largo de casi todo el siglo XIX. Era otorgada por los propietarios de estancias, y acreditaba que el peón que la portaba estaba empleado a sus órdenes. Las autoridades civiles, militares o policiales estaban autorizadas a exigir su presentación, y en caso contrario a detener y castigar al infractor como vago. La condena prevista por vagancia era el servicio de las armas en los ejércitos de línea durante varios años; en caso de que el infractor no gozara de las condiciones de salud requeridas para el servicio militar, era condenado a la realización de servicios públicos sin sueldo por el doble de los años previstos. Los destinatarios de esa medida eran los gauchos, habitantes de las zonas rurales argentinas, a los que se pretendía de esta manera forzar a someterse a relaciones de trabajo asalariadas. El objetivo ulterior era abaratar la mano de obra en las tareas rurales –esencialmente ganaderas– y evitar el merodeo de los gauchos por las estancias, con el consiguiente robo de ganado.”

            Veo que Andamos como Santos Vega en su memorable payada contra el enviado de Mandinga "Juan sin Ropa". Peleando a poncho y cuchillo una causa perdida, derrotados, nos vamos mascullando y enfundando la guitarra lo oímos cantar: "A la luz del progreso nadie podrá echarle un manto". Fue la historia del gaucho, del indio, y quien sabe, como decía don Roberto Arlt, la de todo "puñado de hombres libres que no quieren que les fatiguen su dignidad".






1 comentario:

  1. Estimado José:
    Acuerdo contigo casi en todo lo que se refiere a las normativas que se quieren imponer. Me parecen un verdadero disparate que nada tiene que hacer con la actual situación en las Islas. Por supuesto, todo lo que se haga para evitar los grandes emprendimientos, no puede ser otra cosa que positivo ("Están prohibidas las urbanizaciones privadas en todo el territorio del delta").
    No comparto, sin embargo, la caracterización que hacés de los isleños, cuáles son sus motivos y cuáles sus deseos. Y eso es un problema. Un problema que, me temo, está en la base de la terrible situación que vivió Ramón. Lo sospecho tanto yo como algunos de los que postearon en respuesta a su comentario. Y si me equivoco, cosa perfectamente posible, sabré reconocerlo.
    Hace mucho que aprendí que las discusiones se ganan siempre, o se gana por que se gana, o se gana porque se aprende. Por eso me gustaría, si fuera posible para vos, ya que para mí no lo es, organizar una mesa redonda sobre "el ser isleño" en la que se pueda discutir, inclusive eso, si existe ese "ser".
    Los otros puntos podrían ser limitados a tus afirmaciones en esta nota. Ni más, ni menos. Para evitar la excesiva dispersión. Con alguien que pueda funcionar como moderador para que cada exposición tenga como único límite el tiempo y no interrupciones que las hagan ininteligibles. Hay varias personas que participan del Boletín que pueden cumplir esa función, inclusive tu asociado, que siempre muestra una gran ecuanimidad.

    Esta es una lista tentativa de temas que me parece que merecen discusión:
    • El trabajo de “constructor isleño” es irregular, intermitente, y no conozco a ninguno que haya hecho plata seria realizando esta dura tarea en las islas.
    • Por ahora no voy a hacer nada, vamos a esperar a ver qué pasa con eso de la normativa.
    • Luces en la costa.
    • “materialización del camino de sirga” para que los turistas no se embarren las patas.
    • recolección de basura, y demás berretines que son propios del hombre urbano, que nada tienen que ver con la vida que al menos yo vine a buscar a estos pagos de agua.
    • llegué aquí detrás de una vida sencilla, libre, fuera del sistema, sin cuentas bancarias, tarjetas de crédito ni oficinas, sana, sin contaminaciones ciudadanas, en un entorno natural, silencioso, aislado, deseando el anonimato, sin estar registrado en ninguna parte. ¿Es un pecado?
    • vida libre, montaraz, anónima y sin contaminaciones modernas y posmodernas.

    Quedo a tu disposición,
    Emilio

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