UNA BIBLIOTECA QUE NAVEGA, LIBROS QUE NO SE MOJAN Y HUMANOS MÁGICOS

Por Pablo Etchevers
Vicepresidente de la Sociedad de Fomento Arroyo Felicaria

Sociedad de Fomento y Biblioteca del Felicaria

Conocí la historia de casualidad, por una nota periodística que leí, y finalmente un día decidí ir a buscar en lancha colectiva la historia al arroyo Felicaria... a ver qué había.

            La razón primordial de esta historia se encuentra en el testamento de Genoveva Germana Agripina Lattuga. Las islas del delta guardan en su interior historias únicas, increíbles e irrepetibles en otros sitios de nuestro país e incluso del planeta.
            Genoveva había nacido en París en 1896 y fue esposa de Absalón Rojas, hermano del escritor-historiador Ricardo Rojas.
            Con fecha 1º de abril de 1958 lega sus 38 hectáreas en el arroyo Felicaria –Segunda sección de Islas del Delta- para cumplir con su sueño: ayudar a los isleños, en lo que respecta a la salud y la cultura.
            Su fallecimiento se produce meses después, el 1º de mayo, y según el testamento que deja la única heredera, destina estas tierras para que en ellas se establecieran una Sala de Primeros Auxilios y una Biblioteca.
            Así fue que el 1º de Octubre de 1958 se fundó la Sociedad de Fomento Vecinal Arroyo Felicaria.
            Poco tiempo después se inauguraron la Sala de Primeros Auxilios y la Biblioteca en lo que había sido la casa del matrimonio Rojas.
            Hoy, la sensación de caminar por este lugar es rara, distinta seguramente a aquellos años de gloria que alguna vez tuvieron las islas.
            Lamentablemente, la que hoy es la Sala de Primeros Auxilios (que fuera la casa de Genoveva) pareciera estar “abandonada”, por decirlo de un modo sutil y aunque el cartel de la Municipalidad de San Fernando anuncie “Centro de Salud Absalón Rojas”, a simple vista aparenta no funcionar nada.
            Raro, paradójico, el mismo municipio que debería brindar a sus vecinos de las islas el servicio de salud, no solo no lo hace, sino que se “autoclausuró” a sí mismo, colgando una faja de clausura como si el Centro de Salud fuera un comercio privado y no un lugar por el cual hoy son responsables. Una verdadera vergüenza, irracional y patética por donde se la mire.
            Disputas, políticas internas o cuestiones raras, lo cierto es que en el Felicaria hoy está clausurado el Centro de Salud. “Te podés morir tranquilo, nadie te va a atender” pienso cada vez que miro el lugar, y no creo estar equivocado.
            En cambio, en el mismo terreno, a metros nomás funciona una biblioteca donde en forma cotidiana se hacen evidente la risa de los chicos que allí se acercan y los murmullos de quienes una vez por semana llegan en bote, canoa o lancha para buscar su libro.
            Enfrente a esta pequeña biblioteca, un club de barrio, social, de esos que cada vez quedan menos se encarga también de ilusionar a sus visitantes con actividades varias, entre las que se destacan el fútbol, el teatro y otras tantas más que convocan a soñar día a día.
            Hoy, a casi 4 años de mi primera vez con este lugar, puedo decir acertadamente que el Felicaria y su gente me cambiaron la vida por completo, no tengo dudas ni exagero.
            Todavía no soy un isleño, pero ya comencé a dar los primeros pasos para lograrlo junto a un grupo de personas que parecen haber sido extraídas de un cuento fantástico, pero que por suerte, son reales, de carne y hueso, de luchas interminables, postergadas, de sueños colectivos, de luchas infinitas, y que por todo esto pasaron a ser mis amigos…



EXTRAÍDO DEL PERIÓDICO QUE EDITA LA SOCIEDAD DE FOMENTO Y BIBLOTECA POPULAR DEL ARROYO FELICARIA